El largoplacismo: una introducción
El “largoplacismo” considera que influir positivamente en el futuro a largo plazo es una prioridad moral clave de nuestro tiempo.
Este punto de vista surge de la unión de tres ideas. En primer lugar, las personas del futuro importan moralmente. No hay duda alguna de que nuestras vidas importan tanto, moralmente, como las de quienes vivieron hace miles de años. Entonces, ¿por qué las vidas de las personas que vivirán dentro de miles de años no deberían tener la misma importancia moral? En segundo lugar, el futuro podría ser enorme. De no producirse catástrofes, la mayoría de las personas que vivirán aún no han nacido. En tercer lugar, nuestras acciones pueden influir previsiblemente en la calidad del futuro a largo plazo. En resumen, puede que sea nuestra responsabilidad garantizar que las generaciones futuras sobrevivan y prosperen.
El largoplacismo no es una perspectiva única ni está completamente elaborada. Es más bien una familia de puntos de vista que coinciden en la importancia de proteger y de mejorar las perspectivas a largo plazo de la humanidad. Desde luego, tampoco es algo completamente nuevo: se basa en una larga historia de preocupación por las generaciones futuras.
Pero si sus afirmaciones principales son ciertas, estamos ante un asunto de suma importancia. No solo en abstracto: podría haber formas concretas de empezar a trabajar en causas largoplacistas.
El objetivo de este artículo es explicar en qué consiste esta postura, por qué podría ser importante y cuáles son algunas objeciones posibles.
Comencemos con las definiciones. Por “futuro a largo plazo”, entiendo el período que se extiende desde el presente hasta muchos miles de años en el futuro, o incluso más lejos. También vincularé la posición del largoplacismo a un par de afirmaciones específicas: en primer lugar, que este momento de la historia podría ser un momento de extraordinaria influencia sobre el futuro a largo plazo, y en segundo lugar, que la sociedad actualmente está muy lejos de tomar en serio dicha influencia.
El argumento más popular a favor del largoplacismo apela a la importancia y a la magnitud de los efectos que determinadas acciones pueden tener en el mundo para concluir que estas acciones deben realizarse. Lo he dividido en los siguientes puntos.
Imaginemos que alguien enterrara vidrios rotos en un bosque. En un futuro posible, una niña pisa el vidrio luego de 5 años y se lastima. En otro futuro posible, una niña pisa el vidrio luego de 500 años y también se lastima. El largoplacismo comienza por señalar que ambas posibilidades son igualmente malas. Ahora bien, ¿por qué dejar de preocuparnos por los efectos de nuestras acciones solo por el hecho de que tendrán lugar dentro de mucho tiempo?
La conclusión que sacan los largoplacistas es que las vidas de las personas importan moralmente, independientemente del momento del futuro en que ocurrirán. En otras palabras, el valor intrínseco de los daños o de los beneficios en el futuro lejano no importa menos, moralmente, que el valor de los daños o de los beneficios del próximo año.
Por supuesto, esto no niega que a menudo haya razones prácticas para preferir centrarnos en los efectos de nuestras acciones a corto plazo. Por ejemplo, suele ser mucho más fácil saber cómo ejercer una influencia sobre el futuro cercano.
Sin embargo, la cuestión es que los efectos futuros no importan menos, moralmente, tan solo porque sucederán dentro de mucho tiempo. En los casos en los que podemos propiciar una buena vida ahora o en el futuro, no deberíamos pensar que esas vidas futuras importan menos solo porque aún no han comenzado.
Pensemos que algo que sucede lejos de nosotros en el espacio no es intrínsecamente menos malo solo por el hecho de estar lejos. Del mismo modo, las personas que viven del otro lado del planeta no valen menos solo porque nos separe de ellos un largo viaje en avión. Los largoplacistas a menudo trazan analogías de este tipo entre el espacio y el tiempo.
Una forma de objetar lo anterior es sugerir algún tipo de “tasa de descuento” temporal para el valor intrínseco del bienestar futuro y de otras cosas que importen moralmente. La versión más simple de una tasa de descuento social reduce el valor de los costos y beneficios en una proporción fija cada año.
Lo cierto es que muy pocos filósofos morales han defendido esta idea. De hecho, la razón por la que los gobiernos emplean una tasa de descuento social puede tener más que ver con la política electoral que con la reflexión ética. En general, los votantes prefieren ver beneficios ligeramente menores pronto antes que beneficios ligeramente mayores dentro de mucho tiempo. Probablemente, esto da a los gobiernos una razón democrática para emplear una tasa de descuento social, pero la cuestión de si los gobiernos deben responder a esta opinión pública es independiente de la cuestión de si la opinión es correcta.
Los análisis económicos a veces arrojan conclusiones sorprendentes cuando no se incluye una tasa de descuento social, lo que a veces se señala como una razón para usarlas. Los largoplacistas, sin embargo, podrían sugerir que de esa manera las cosas se interpretan al revés: dado que una tasa de descuento social no tiene mucho sentido independiente, tal vez deberíamos tomar más en serio esas sorprendentes recomendaciones.
Consideremos el ejemplo anterior del vidrio enterrado en el bosque. Si descontáramos el bienestar en un 3 % cada año, tendríamos que pensar que el hecho de que la niña pise el cristal dentro de 500 años es alrededor de 2 millones de veces menos malo, algo que claramente no es cierto. Dado que el descuento es exponencial, esto demuestra que incluso una tasa de descuento anual que parece ser modesta implica diferencias completamente inverosímiles en el valor intrínseco cuando se consideran períodos de tiempo lo suficientemente prolongados.
Pensemos en cómo habría sopesado nuestros intereses alguien del pasado con poder para tomar decisiones políticas al aplicar una tasa de descuento semejante. ¿Nos parece correcto que algún déspota del año 1500 pudiera haber justificado un desastre ecológico gradual sobre la base de que importamos millones de veces menos que sus contemporáneos?
En pocas palabras, la humanidad podría durar un tiempo increíblemente largo. Si la historia humana fuera una novela, podríamos estar viviendo recién en la primera página.
Téngase en cuenta que ‘humanidad’ no necesariamente significa solo ‘la especie Homo sapiens’. Nos interesa saber cuán valioso podría ser el futuro y si nuestra opinión sobre ese valor podría tener alguna influencia. Ninguna de esas cosas depende de la especie biológica de nuestros descendientes.
¿Cuánto podría durar nuestro futuro? Para empezar, una especie típica de mamífero sobrevive un promedio de 500 000 años. Dado que el Homo sapiens existe desde hace unos 300 000 años, podríamos esperar que nos queden unos 200 000 años. Eso no significa en absoluto que no podamos sobrevivir mucho más tiempo: al igual que otros mamíferos, los humanos podemos anticipar y evitar las posibles causas de nuestra propia extinción.
Podríamos considerar el futuro de la Tierra. Si no se produce una catástrofe, la Tierra seguirá siendo habitable durante otros mil millones de años (antes de que el sol la vuelva estéril). Si la humanidad sobreviviera apenas un 1 % de ese tiempo, y si viviera cada siglo un número de personas similar al del pasado reciente, entonces podríamos esperar al menos mil billones de vidas humanas futuras: 10 000 personas futuras por cada persona que ha vivido.
Si nos preocupa la magnitud general del futuro, la duración no es lo único que importa. Por lo que vale la pena tomar en serio la posibilidad de que la humanidad decida expandirse mucho más allá de la Tierra. Podríamos asentarnos en otros cuerpos planetarios o construir enormes estructuras que permitan la subsistencia de la vida.
Si la humanidad se convierte en una especie interplanetaria, es imposible predecir hasta dónde podría extenderse su futuro. El número de estrellas en el universo afectable y el número de años durante los cuales su energía estará disponible son (por supuesto) astronómicos.
Está bien desconfiar un poco de las extrapolaciones burdas de tendencias pasadas. Pero lo que importa es que múltiples indicios apuntan hacia el enorme tamaño potencial, incluso probable, del futuro de la humanidad.
He aquí una manera de visualizar todo esto. Imaginemos un sello postal sobre una moneda. Si el grosor de la moneda y el sello combinados representan la duración de nuestra vida como especie, entonces el grosor del sello, por sí solo, representa la extensión de la civilización humana conocida. Ahora imaginemos la moneda colocada sobre un obelisco de 20 metros de altura. Si el sello representa la extensión de la civilización humana, el obelisco representa la edad de la Tierra. Ahora consideremos el futuro. Imaginemos un árbol de 5 metros colocado sobre el obelisco: ese árbol representa el futuro habitable de la Tierra. Por detrás de esta imagen, la altura de la montaña Matterhorn representa el futuro habitable del universo. Dicho de otra manera: si la historia humana fuera un libro, podríamos estar en su primera página.
Desde luego, la supervivencia de la humanidad a lo largo de estas enormes extensiones de tiempo solo es deseable si las vidas de las personas futuras valen la pena. Afortunadamente, hay razones para creer que el futuro podría ser extraordinariamente bueno. El progreso tecnológico podría seguir eliminando la escasez material y mejorando las condiciones de vida. Ya hemos logrado avances asombrosos: la fracción de personas que viven en la extrema pobreza cayó de alrededor del 90 % en 1820 a menos del 10 % en 2015. Durante el mismo período, la mortalidad infantil se redujo de más del 40 % a menos del 5 %, y el número de personas que viven en democracia aumentó de menos del 1 % a la mayoría de las personas del mundo. Podemos decir que sería mejor nacer en una familia estadounidense de clase media en la década de 1980 que nacer como rey de Francia alrededor del año 1700. Sin embargo, mirando hacia adelante, podríamos esperar que una persona nacida en un futuro más lejano disponga de oportunidades y capacidades con las que un multimillonario hoy en día solo puede soñar.
Las vidas de los animales no humanos son importantes moralmente, y sus perspectivas también podrían mejorar mucho. Por ejemplo, los avances en las proteínas alternativas podrían empezar a eliminar la actual dependencia del mundo en la cría de animales sintientes a escala industrial.
Más allá de la calidad de vida, a uno podría también importarle intrínsecamente el arte y la belleza, el alcance de la justicia o la búsqueda de la verdad y el conocimiento por sí mismos. Junto con la abundancia material y un desarrollo humano más básico, todas estas cosas podrían prosperar y multiplicarse más allá de niveles nunca antes alcanzados.
Desde luego, el mundo tiene un largo camino por recorrer antes de estar libre de problemas graves y apremiantes como la pobreza extrema, las enfermedades, el sufrimiento animal y la destrucción provocada por el cambio climático. Señalar el alcance de los futuros positivos que tenemos por delante no significa ignorar los problemas del presente: los problemas no se solucionan simplemente asumiendo que otros los solucionarán. De hecho, valorar plenamente lo buenas que podrían llegar a ser las cosas podría ser un motivo adicional para trabajar en ellas: significa que los problemas acuciantes de nuestro tiempo no tienen por qué perdurar eternamente. Si las cosas van bien, resolver los problemas ahora podría ayudar a resolverlos para siempre.
El futuro a largo plazo podría ser extraordinariamente bueno, pero eso no está garantizado. También podría ser malo: un futuro tal vez caracterizado por el estancamiento, un tipo de régimen político totalitario particularmente estable o un conflicto permanente. Ello no es razón para renunciar a proteger el futuro a largo plazo. Por el contrario, darse cuenta de que el futuro podría ser muy malo debería hacer más relevante la posibilidad de mejorarlo: prevenir futuras tragedias y dificultades es ciertamente tan importante como incrementar la probabilidad de futuros deseables.
No sabemos exactamente cómo será el futuro de la humanidad. Lo que importa es que el futuro podría ser extraordinariamente bueno o terriblemente malo, y es probable que sea inmenso: albergará a la mayoría de las personas que alguna vez vivirán y la mayor parte de lo que hoy consideramos valioso. Hemos alcanzado un punto en el que podemos decir: si pudiéramos aumentar las probabilidades de alcanzar este potencial, o si pudiéramos mejorar la vida de miles de generaciones futuras, hacerlo podría tener una enorme importancia.
Lo que hace que el enorme potencial de nuestro futuro sea moralmente significativo es la posibilidad de que podamos influir en él.
Por supuesto, hay formas de influir en el futuro lejano de maneras predecibles pero insignificantes. Por ejemplo, podrías grabar tus iniciales en una piedra o enterrar tu receta de pastel favorita en una cápsula del tiempo. Ambas acciones podrían llegar a las personas que vivirán dentro de cientos de años, pero probablemente no tengan un efecto importante.
También puedes influir en el futuro lejano de maneras significativas pero impredecibles. Al cruzar la calle, podrías hacer que el tráfico se demore para algunas personas que planean concebir un hijo ese día, lo que provocaría que el óvulo sea fertilizado por un espermatozoide diferente. De este modo, habrás cambiado la identidad de todos los descendientes de este niño, y de los descendientes de todas las personas con las que el niño interactúa, etc. En cierto sentido, cada día ejerces una influencia de este tipo sobre el futuro y no puedes evitarlo.
Sin embargo, no está tan claro si hay formas de influir en la trayectoria del futuro a largo plazo de manera significativa y predecible. Esa es la pregunta importante.
Una respuesta es el cambio climático. Hoy en día no tenemos ninguna duda de que la actividad humana altera el clima de la Tierra y de que un cambio climático descontrolado tendrá efectos devastadores. También sabemos que algunos de estos efectos podrían durar mucho tiempo, porque el dióxido de carbono puede permanecer en la atmósfera de la Tierra durante decenas de miles de años. Pero también podemos controlar el daño que causamos, por ejemplo, redoblando los esfuerzos para desarrollar tecnologías verdes o construyendo más fuentes de energía sin carbono. Por estos motivos, los largoplacistas tienen importantes razones para preocuparse por el cambio climático y muchos están trabajando activamente en este problema. Mitigar los efectos del cambio climático es una especie de “prueba de concepto” para influir de manera positiva en el futuro a largo plazo; pero puede haber ejemplos aún mejores.
En julio de 1945, se detonó la primera arma nuclear en la prueba Trinity (Nuevo México). Por primera vez, la humanidad había creado una tecnología con la que podría destruirse a sí misma. Esto sugiere la posibilidad de una catástrofe existencial: un evento que reduce el potencial humano para siempre, por ejemplo, provocando la extinción de la humanidad. Evitar una catástrofe existencial tendría una importancia incalculable: supondría la diferencia entre un futuro potencialmente vasto y valioso, y la ausencia de todo futuro.
Dado que los principales riesgos de una catástrofe existencial provienen de las invenciones humanas, es lógico pensar que hay cosas que podemos hacer para controlar esos riesgos.
Pensemos en la biotecnología. Ya hemos visto el daño que provocó la COVID-19. Pero pronto será posible diseñar patógenos para que sean mucho más mortales o contagiosos que nada que hayamos visto antes. Sin embargo, el mismo ritmo vertiginoso de innovación que podría generar tales riesgos también sugiere maneras de mitigarlos, como el uso de la secuenciación metagenómica para detectar un patógeno emergente antes de que resulte en una pandemia.
En segundo lugar, pensemos en la inteligencia artificial. Expertos como Stuart Russell están tratando de advertirnos cada vez más sobre los peligros de la IA avanzada. Así como algunas personas realizan investigaciones para mejorar las capacidades de la IA, así también podríamos dedicar más esfuerzos a investigar cómo asegurarnos de que la llegada de la IA transformadora no arruine para siempre el futuro a largo plazo de la humanidad.
Y si bien solo unos pocos podemos trabajar en estos proyectos directamente, muchos de nosotros estamos en condiciones de apoyarlos indirectamente, o incluso de reorientar nuestra carrera profesional en esa dirección.
Podría haber otras formas más graduales de mejorar el futuro a largo plazo y de reducir los riesgos de posibles catástrofes.
Es posible identificar valores que fueron muy frágiles durante un breve período de tiempo, pero que terminaron influyendo en períodos extensos de la historia. Por ejemplo, el sistema de creencias del confucionismo ha determinado gran parte de la historia china, pero es uno entre otros pocos sistemas de creencias (incluidos el legalismo y el taoísmo) que podrían haberse afianzado antes de que el emperador en el trono durante la dinastía Han fuera persuadido de adoptarlo. Tal vez algunos de nosotros podríamos estar en posición de ayudar a que los valores correctos, como el cosmopolitismo y el liberalismo político, prevalezcan durante los próximos siglos.
Tal vez siempre ha habido cosas que nuestros antepasados podrían haber hecho para mejorar el futuro a largo plazo. Pero algunos momentos de la historia han sido más influyentes que otros. Desde nuestra posición ventajosa en el tiempo, podemos ver que hay razones especialmente sólidas para sostener que ciertos períodos determinan de manera duradera el curso de la historia.
Entonces, si el presente pareciera influyente de este modo, se reforzarían los argumentos para pensar que podemos influir de forma significativa y robusta en el futuro a largo plazo.
De hecho, este momento de la historia dista mucho de ser normal. Si tomamos distancia y analizamos el siglo en el que vivimos en el contexto de la historia humana, este momento parece no tener precedentes. En particular, parece que vivimos en un período de crecimiento económico y cambio tecnológico cuyo ritmo es insostenible. Además, existen ciertos indicios de que pronto podríamos desarrollar sistemas de IA transformadores y poderosos, que superarían al intelecto humano en todos los aspectos relevantes, y que tal vez ayudarían a impulsar un período en que la economía crezca vertiginosamente en un proceso de realimentación.
Por estas razones, Holden Karnofsky afirma que lo que hagamos en las próximas décadas podría llegar a tener una influencia enorme sobre el futuro a largo plazo. De hecho, va más allá: afirma que podríamos estar viviendo en el siglo más importante de la historia.
Tal vez a esta altura sea obvio, pero expliquemos en detalle cómo se construye este argumento.
Hemos visto razones para pensar que las personas del futuro son importantes, que podría haber un número enorme de ellas y que hay cosas que podemos hacer ahora para mejorar el futuro a largo plazo y garantizar ante todo que estas personas existan. De ello se deduce que debemos actuar: debemos hacer esas cosas para mejorar la vida de las personas del futuro y debemos evitar las catástrofes que podrían privarlas de la posibilidad misma de existir.
Pero lo que hace que el largo plazo parezca una prioridad clave es el enorme número potencial de personas futuras. Cuando pensamos en cómo hacer el mayor bien, debemos considerar la magnitud del problema que estamos tratando de abordar. Si dos problemas son igualmente difíciles de resolver, pero el primero afecta a cien personas y el segundo a mil millones, tiene sentido asignar al segundo una prioridad mucho mayor. Siguiendo este tipo de razonamiento, los proyectos que podrían mejorar el futuro muy lejano parecen tener una prioridad muy alta, porque hay un número enorme de personas en peligro. En otras palabras, lo que hay en juego parece enorme.
Dedicar tiempo a apreciar lo que podríamos lograr a largo plazo nos permite ver que esta posibilidad tiene una importancia extraordinaria. Nuestras decisiones del presente podrían afectar significativamente a billones de personas que aún no han nacido.
Dicho esto, tal vez no se necesiten argumentos filosóficos sobre el tamaño del futuro para comprender que las causas largoplacistas son prioridades urgentes. Ya es bastante alarmante ver lo poco que el mundo está haciendo con respecto a los riesgos potencialmente catastróficos de las armas nucleares, de las pandemias artificiales o de la IA poderosa y no alineada. En esos frentes, el riesgo acumulado desde el presente hasta que crezcan nuestros nietos parece inaceptablemente alto. Dejando a un lado la filosofía, parece que sería una locura no esforzarse por reducir semejante nivel de riesgo.
Por último, debe tenerse en cuenta que no es necesario creer que el futuro será abrumadoramente bueno para preocuparse por acciones que mejoren su trayectoria. De hecho, se podría pensar que es más importante prevenir el riesgo de que las vidas futuras estén marcadas por el sufrimiento que mejorar las vidas de las personas futuras que ya tengan un buen nivel de bienestar.
Si has llegado hasta aquí, seguramente ya tienes una noción general del largoplacismo. Podrías dejar de leer esta página para investigar alguno de los temas que te parecieron particularmente interesantes.
En caso contrario, en lo que sigue profundizo un poco más sobre diferentes enfoques, definiciones y objeciones.
Cuanto más desatendida está una causa, tanto menos esfuerzo y atención se le dedica en comparación con su escala general y con cuán factible podría ser hacer progresos en ella. Algunas de las causas que parecen enormemente importantes desde una perspectiva largoplacista también parecen estar muy desatendidas en este sentido. Eso podría considerarse una razón para trabajar en ellas.
Por ejemplo, el filósofo Toby Ord estima que las armas biológicas, incluidas las pandemias fabricadas, constituyen un riesgo aproximadamente 10 veces mayor al riesgo combinado de guerra nuclear, cambio climático desenfrenado, asteroides, supervolcanes y pandemias naturales.1
La Convención sobre Armas Biológicas es el organismo internacional responsable de la prohibición continua de estas armas biológicas. Su presupuesto anual es menor que el del restaurante McDonald’s promedio.
Si las acciones destinadas a mejorar o a salvaguardar el futuro a largo plazo son tan importantes, ¿por qué cabría esperar que estén tan desatendidas?
Una razón importante es que las personas futuras no tienen voz, porque no existen en este momento. Por ejemplo, las mujeres tuvieron que ganar representación política para que sus vidas comenzaran a mejorar. Pero las mujeres lucharon para ser representadas sirviéndose de su voz: protestando y escribiendo. Ahora bien, como las personas futuras aún no existen, carecen totalmente de voz. Pero no por ello dejan de merecer consideración moral: aún pueden ser gravemente perjudicadas o beneficiadas por determinadas decisiones políticas.
Una segunda perspectiva surge del concepto de “ampliación del círculo moral”, de Peter Singer. Singer describe la forma en la que la sociedad humana ha llegado a reconocer los intereses de círculos cada vez más amplios. Durante gran parte de la historia, vivíamos en grupos pequeños y éramos reacios a ayudar a alguien que perteneciera a un grupo diferente. Con el correr del tiempo, nuestra solidaridad fue creciendo para incluir a más y más personas. Hoy en día, muchas personas ayudan a extraños que viven del otro lado del mundo, o restringen sus dietas para evitar el daño a los animales (algo que habría desconcertado a la mayoría de nuestros antepasados remotos). Singer afirma que estas “ampliaciones de círculos” deben ser celebradas. Sin embargo, expandir el círculo moral para incluir a los animales no humanos no marca la última etapa posible: podría expandirse más y abarcar a los muchos miles de millones de personas, animales y otros seres, que habrán de nacer en el futuro (a largo plazo).
Una tercera explicación para la desatención hacia las personas futuras tiene que ver con las “externalidades”. Una externalidad es un daño o un beneficio de nuestras acciones que afecta a otras personas.
Si actuamos por interés propio, ignoraremos las externalidades y nos focalizaremos en acciones que nos beneficien a nivel personal. Sin embargo, esto podría dar lugar a que ignoremos acciones con enormes beneficios o daños totales, cuando afectan principalmente a otras personas. Si un país contamina, perjudica a otros países, pero captura los beneficios para sí mismo. Por otro lado, si un país encarga una investigación médica de acceso público, los beneficios podrían extenderse a las personas de todo el mundo (una “externalidad positiva”). Los beneficios son compartidos, pero es un solo país el que paga todos los costos. La investigación de acceso público es un ejemplo de un “bien público global”, cuya financiación quizá nunca interese a un solo país, aunque los beneficios generales superen con creces los costos totales. Por lo tanto, en la medida en que los países solo velen por su propio interés, debemos esperar que inviertan poco en bienes públicos globales. A la inversa, los países pueden invertir excesivamente en actividades que los benefician, pero que imponen costos a otros países.
Las externalidades de acciones que pueden influir en el futuro a largo plazo no solo se extienden a las personas que viven en otros países, sino también a todos los que en el futuro se verán afectados, pero que aún no han nacido. En tal sentido, las externalidades positivas que resultan de las mejoras en el futuro a largo plazo son enormes, y también lo son las externalidades negativas que resultan del aumento de los riesgos para ese futuro. Si pensamos que los gobiernos son actores en su mayoría egoístas, no debería sorprendernos verlos desatender las acciones largoplacistas, incluso si los beneficios totales superan enormemente sus costos totales. Tales acciones no son meramente bienes públicos globales, sino bienes públicos globales intergeneracionales.
Más arriba describí un argumento consecuencialista en sentido amplio. Dicho en pocas palabras: el futuro tiene un potencial enorme, y parece razonable pensar que hay cosas que podemos hacer ahora para mejorar o salvaguardar ese futuro, lo que enfatiza la escala potencial del futuro a largo plazo. Dado que podría haber tantas personas futuras, y que deberíamos ser sensibles a la escala de esa magnitud cuando consideramos qué priorizar, deberíamos considerar muy seriamente si hay cosas que podemos hacer para influir positivamente en el futuro a largo plazo. Además, debemos esperar que algunas de las mejores oportunidades de este tipo sigan disponibles, porque mejorar el futuro a largo plazo es un bien público y porque las personas futuras carecen de representación. Dada la enorme diferencia que pueden lograr tales acciones, deberíamos tratarlas como prioridades clave.
Pero no es necesario ser un consecuencialista estricto para aceptar este tipo de argumento, siempre y cuando uno asigne cierta importancia moral al tamaño esperado del impacto de sus acciones (por ejemplo, a cuántas personas es probable que afecten).
Dicho esto, existen otras motivaciones para mantener una posición largoplacista, y, en especial, para mitigar los riesgos existenciales.
Un marco alternativo invoca las obligaciones con la tradición y con el pasado. Nuestros antepasados hicieron sacrificios al servicio de proyectos que esperaban que se extendieran mucho más allá de sus propias vidas, como el avance de la ciencia o la oposición al autoritarismo. Hay muchas cosas que solo vale la pena hacer si se tiene en cuenta un futuro prolongado, en el decurso del cual las personas puedan disfrutar del conocimiento, del progreso y de las libertades que la generación presente aseguró para la posteridad. No se habrían construido catedrales si sus arquitectos no hubieran esperado que subsistieran durante siglos. De este modo, no mantener a la humanidad encaminada hacia un futuro lejano próspero también podría ser una traición a esos esfuerzos del pasado.
Otro marco invoca la ‘justicia intergeneracional’. Así como podríamos pensar que es inequitativo o injusto que tantas personas vivan en la pobreza extrema mientras otras tantas disfrutan de una riqueza descomunal, también podríamos pensar que sería inequitativo o injusto que el bienestar de las personas que vivan en un futuro lejano sea muy inferior al nuestro o que no puedan disfrutar de cosas que damos por sentadas. En línea con esta idea, el “índice de solidaridad intergeneracional” mide “cuánto aportan las diferentes naciones al bienestar de las generaciones futuras”.
Por último, desde una perspectiva astronómica, la vida se ve como algo excepcionalmente raro. Es perfectamente posible que seamos la única vida inteligente en nuestra galaxia o, incluso, en el universo observable. Tal vez esto nos confiera una especie de “importancia cósmica”, una responsabilidad especial de mantener viva la llama de la conciencia más allá de este período tan peligroso para nuestra especie.
Hasta ahora hemos entendido por “largoplacismo” la idea de que es posible que seamos capaces de influir positivamente en el futuro a largo plazo y que hacerlo debería ser una prioridad moral clave de nuestro tiempo.
Algunos “ismos” son lo suficientemente precisos como para traer asociada una definición única e indiscutible. Otros, como el feminismo o el ecologismo, son lo suficientemente amplios como para abarcar muchas definiciones (a menudo parcialmente conflictivas). Creo que el largoplacismo se parece más al ecologismo en este sentido, pero podría resultar útil considerar algunas definiciones más precisas.
El filósofo William MacAskill sugiere lo siguiente:2
El largoplacismo es una postura según la cual: (i) las personas que vivan en el futuro importan moralmente tanto como las que viven hoy, (ii) la sociedad privilegia actualmente a las personas que viven hoy por encima de las que vivirán en el futuro y (iii) debemos tomar medidas para modificar eso y ayudar a garantizar un buen futuro a largo plazo.
Esto significa que el largoplacismo estaría equivocado si la sociedad dejara de privilegiar las vidas presentes sobre las vidas futuras.
Otras definiciones mínimas no dependen de hechos sociales contingentes. Hilary Greaves sugiere algo como
La postura de que el valor (intrínseco) de un resultado es el mismo sin importar en qué momento ocurra.
Si eso fuera cierto hoy, sería cierto siempre.
Algunas versiones del largoplacismo van más allá y afirman la enorme importancia relativa de influir en el futuro a largo plazo en comparación con otras formas de mejorar el mundo.
On the Overwhelming Importance of Shaping the Far Future de Nick Beckstead es una de las primeras discusiones serias sobre el largoplacismo. He aquí su tesis:
Desde una perspectiva global, lo más importante (en términos esperados) es que hagamos lo que sea mejor (en términos esperados) para la trayectoria general de desarrollo de nuestros descendientes en los próximos millones, miles de millones y billones de años.
Más recientemente, Hilary Greaves y Will MacAskill han presentado un argumento tentativo a favor de lo que llaman “largoplacismo fuerte”.3
Largoplacismo axiológico fuerte: En las situaciones de decisión más importantes que enfrentan los agentes hoy en día, (i) cada opción que está muy cerca de ser la mejor en general, también está muy cerca de ser la mejor para el futuro lejano y (ii) cada opción que está muy cerca de ser la mejor en general proporciona beneficios mucho mayores en el futuro lejano que en el futuro cercano.
Largoplacismo deóntico fuerte: En las situaciones de decisión más importantes que enfrentan los agentes hoy en día, (i) uno debe elegir una opción que esté muy cerca de ser la mejor para el futuro lejano y ii) uno debe elegir una opción que proporcione beneficios mucho mayores en el futuro lejano que en el futuro cercano.a
La idea que se expresa es algo así: en casos como decidir qué hacer con tu carrera o dónde gastar dinero para lograr un cambio positivo, a menudo tendrás muchas opciones. Sorprendentemente, las mejores opciones están casi siempre entre las (relativamente pocas) opciones que buscan mejorar el futuro a largo plazo. De hecho, la razón por la que son las mejores opciones en general es casi siempre que pueden mejorar tanto el futuro lejano.
Es útil exponer cómo podrían ser las versiones más fuertes de un determinado punto de vista, pero hay que tener en cuenta que para estar de acuerdo con el largoplacismo no es necesario estar de acuerdo con el “largoplacismo fuerte”. Del mismo modo, está perfectamente bien llamarse feminista sin comprometerse con una definición única, precisa y fuerte de lo que se supone que es el feminismo.
Hay muchos problemas apremiantes que afectan a la gente hoy en día, y tenemos bastante evidencia sólida sobre la mejor manera de abordarlos. En muchos casos, esas soluciones también resultan ser notablemente costo-eficaces. El largoplacismo sostiene que otras acciones pueden ser igualmente buenas, si no mejores, porque pueden influir en el futuro a muy largo plazo. Por su naturaleza, estas actividades están respaldadas por evidencia menos sólida y protegen principalmente los intereses de personas que aún no existen. ¿Podrían estas actividades más inciertas y centradas en el futuro ser realmente la mejor opción para alguien que quiere hacer el bien?
Para que la posición largoplacista tenga éxito, debe hacer frente a una serie de objeciones.
Las perspectivas morales centradas en las personas afectadas intentan recoger la idea de que un acto solo puede ser bueno o malo si es bueno o malo para alguien. En particular, mucha gente piensa que, por bueno que sea hacer feliz a alguien, no puede ser tan bueno crear a una persona adicional igualmente feliz. Las perspectivas centradas en las personas afectadas reflejan esta intuición: crear a una nueva persona feliz no beneficia a esa persona, porque no habría existido de no habérsela creado, de modo que no hay persona que podría haberse beneficiado de ser creada.
Una consecuencia de las perspectivas centradas en las personas afectadas es que no crear el enorme número de personas que el futuro podría contener no es el tipo de tragedia que el largoplacismo supone, porque no hay nadie que se queje de no haber sido creado: es decir, nadie sale perjudicado. No crear esas vidas no sería moralmente comparable a acabar con las vidas de un número equivalente de personas realmente existentes; más bien, es un crimen sin víctima.
Las perspectivas centradas en las personas afectadas tienen otra consecuencia más sutil. Al comparar los efectos a largo plazo de algunas opciones, se tendrán en cuenta sus efectos sobre las personas que aún no han nacido. Pero es casi seguro que las identidades de estas personas futuras serán diferentes en las distintas opciones. Esto se debe a que la identidad de una persona depende de su material genético, que depende (entre otras cosas) del resultado de una carrera entre decenas de millones de espermatozoides. Entonces, básicamente, cualquier cosa que hagas hoy es probable que tenga un “efecto dominó” que cambiará las identidades de casi todos los seres que nacerán en la Tierra después de, digamos, el año 2050.
Suponiendo que la identidad de casi todas las personas futuras es diferente en las distintas opciones, entonces no se puede afirmar de casi ninguna persona futura que una opción es mejor o peor que otra para esa persona. Pero, una vez más, las perspectivas centradas en las personas afectadas afirman que los actos solo pueden ser buenos o malos si son buenos o malos para personas específicas. En consecuencia, a estas perspectivas les resulta más difícil explicar por qué algunos actos son mucho mejores que otros con respecto al futuro a largo plazo.
Tal vez esto sea una debilidad de las perspectivas centradas en las personas afectadas; o tal vez refleje un problema real de las afirmaciones sobre “influir positivamente” en el futuro a largo plazo. Para ofrecer una alternativa a las perspectivas centradas en las personas afectadas, el largoplacista todavía debe explicar por qué algunos futuros son mejores que otros, cuando los resultados contienen personas totalmente diferentes. Y no resulta del todo sencillo explicar cómo un resultado puede ser mejor, ¡si no es mejor para nadie en particular!
Muchos de los esfuerzos para mejorar el futuro a largo plazo son sumamente inciertos. Sin embargo, algunos largoplacistas sugieren que vale la pena intentarlo, porque su valor esperado parece ser extremadamente alto (la probabilidad de que los esfuerzos tengan éxito puede ser pequeña, pero de tenerlo su impacto sería enorme). Esto es especialmente relevante en el caso de los riesgos existenciales: los largoplacistas argumentan que puede ser muy importante desviar los esfuerzos hacia la mitigación de esos riesgos, incluso cuando muchos de ellos puedan tener una probabilidad muy baja de materializarse. Cuando las probabilidades involucradas son lo suficientemente pequeñas, una respuesta natural es llamar a esto “imprudente”:4 parece que algo ha fallado en nuestra argumentación si resulta que lo que debemos hacer está determinado por resultados con probabilidades sumamente bajas.
Algunos críticos señalan que si tomáramos en serio las versiones fuertes del largoplacismo, terminaríamos moralmente obligados a hacer sacrificios y a reorientar radicalmente nuestras prioridades. Por ejemplo, tendríamos que renunciar a los beneficios económicos de las tecnologías riesgosas para construir e implementar formas de hacerlas más seguras. En esta línea de crítica, los sacrificios que nos exige el largoplacismo son irrazonablemente grandes.
Hay algunas preguntas hipotéticas difíciles sobre cuánto debería estar dispuesta a sacrificar una sociedad para asegurar su propia supervivencia, o cuidar los intereses de los futuros miembros. Una respuesta razonable puede ser señalar que parece que estamos muy lejos de tener que hacer sacrificios significativos a corto plazo. Como señala el filósofo Toby Ord, “podemos afirmar con seguridad que la humanidad gasta más en helados cada año que en garantizar que las tecnologías que desarrollamos no nos destruyan”. Nadie podría objetar que alcanzar el nivel de “gasto en helados” sea en absoluto exigente, pero ni siquiera lo hemos alcanzado.
Si estuviéramos totalmente seguros de los efectos a largo plazo de nuestras acciones, entonces el argumento sería mucho más claro. Sin embargo, en el mundo real, a menudo no tenemos la menor idea. De hecho, nuestra incertidumbre a veces es especialmente ‘compleja’: es decir, cuando hay razones para esperar que nuestras acciones tengan efectos sistemáticos en el futuro a largo plazo, pero es muy difícil saber si es probable que esos efectos sean buenos o malos.
Tal vez sea tan difícil predecir los efectos a largo plazo que el valor esperado de nuestras opciones en realidad no está muy determinado por el futuro a largo plazo.
En línea con ello, quizá a veces podamos estar seguros de que es demasiado difícil influir positivamente en el futuro a largo plazo, lo que hace que sea mejor centrarse en tener impacto en el presente.
Alexander Berger, director ejecutivo de Open Philanthropy, lo explica de otra manera:5
Cuando pienso en las intervenciones o prácticas recomendadas para los largoplacistas, me parece que rápidamente se vuelven bastante anodinas o que es muy difícil argumentar que sean buenas en sentido robusto.
Una forma de categorizar las intervenciones largoplacistas es distinguir entre enfoques “amplios” y enfoques “focalizados”. Los enfoques amplios se centran en mejorar el mundo de formas que parecen buenas en sentido robusto para el futuro a largo plazo, como reducir la probabilidad de un conflicto entre grandes potencias. Los enfoques focalizados se centran en puntos de influencia más concretos, como centrarse en la investigación técnica para garantizar que la transición a la inteligencia artificial transformadora se lleve a cabo correctamente. Por un lado, Berger afirma que no es necesario adoptar una cosmovisión enteramente largoplacista para ver que las intervenciones “amplias” son una decisión sensata. Por otro lado, las intervenciones más focalizadas a menudo parecen centrarse en escenarios bastante especulativos: es posible que tengamos que acertar con una larga lista de conjeturas filosóficas y empíricas para que tales intervenciones acaben siendo importantes.
Los propios largoplacistas están especialmente preocupados por este tipo de cuestiones. ¿Cómo podrían responder?
Se podría decir que como el largoplacismo es una afirmación sobre lo que es mejor hacer en el margen, solo requiere que identifiquemos algunos casos en los que los efectos a largo plazo de nuestras acciones son previsiblemente buenos; no hay ninguna suposición sobre cuán predecibles son los efectos a largo plazo en general.
Otra posibilidad es admitir que actualmente no sabemos con certeza cómo influir en el futuro a largo plazo, lo que no significa darse por vencido. Al contrario, podría significar dirigir nuestros esfuerzos para lograr mayor certeza, invirtiendo en investigación empírica y teórica.
A algunas personas les preocupa que abogar por la “gravedad de los enormes riesgos potenciales” del futuro a largo plazo pueda salir mal si no se comunica de manera cuidadosa. En particular, esta visión del mundo de “alto riesgo” podría hacer que nos preocupemos menos de lo que deberíamos por los problemas acuciantes inmediatos, por ejemplo, por las personas que hoy en día viven en la pobreza extrema. Alternativamente, otros podrían usar las ideas para justificar la restricción de las libertades políticas.6
El filósofo liberal Isaiah Berlin resume este tipo de argumento de manera concisa:7
Para lograr que la humanidad sea justa, feliz, creativa y armoniosa para siempre, ¿qué precio sería demasiado alto? Para hacer una tortilla así, no hay límite al número de huevos que hay que romper.
Otra respuesta es señalar que gran parte de la discusión en este campo se centra en reducir la probabilidad de conflicto entre grandes potencias, mejorar las decisiones institucionales y difundir buenas normas políticas (liberales), en otras palabras, asegurar una sociedad abierta para nuestros descendientes.
Pero tal vez sería demasiado arrogante ignorar la preocupación de que las ideas largoplacistas pudieran utilizarse para justificar daños políticos en el futuro, si sus ideas terminan siendo tergiversadas o malinterpretadas. Sabemos que incluso aspiraciones muy nobles pueden llegar a transformarse en consecuencias terribles en manos de personas normales y falibles. Si esa preocupación fuera legítima, sería muy importante tratar las ideas largoplacistas con cuidado.
Arthur C. Clarke escribió una vez:
Existen dos posibilidades: o estamos solos en el Universo o no lo estamos. Ambas son igualmente aterradoras.
Del mismo modo, una de estas dos cosas sucederá en el futuro a largo plazo: o la humanidad prosperará en el futuro lejano o no lo hará.
Ambas posibilidades son muy grandes como para ser comprendidas. Aunque rara vez lo hagamos, tomarlas en serio revela la importancia de actuar hoy para salvaguardar y mejorar el futuro a largo plazo de la humanidad. Nuestro lugar en la historia sugiere que este proyecto puede ser una prioridad clave de nuestro tiempo; y que todavía queda mucho por aprender.
Largoplacismo.com (incluye una sección de preguntas frecuentes y una lista de lecturas).
William MacAskill (2020) What we owe the future, abril (presentación de 40 minutos).
William MacAskill (2023) Defensa del largoplacismo, Biblioteca Altruismo Eficaz.
Tyler Cowen & Derek Parfit (1992) Against the social discount rate, en Peter Laslett & James Fishkin (eds.), Justice Between Age Groups and Generations, New Haven: Yale University Press, pp. 144–168.
Nick Beckstead (2013) On the Overwhelming Importance of Shaping the Far Future, tesis doctoral, Universidad Rutgers.
Hilary Greaves & William MacAskill (2021) The case for strong longtermism, GPI Working Paper No. 5-2021, Global Priorities Institute, Universidad de Oxford.
Derek Parfit (1984) Reasons and Persons, Oxford: Clarendon Press.
Cody Fenwick (2023) Largoplacismo: un llamamiento a proteger a las generaciones futuras, Biblioteca Altruismo Eficaz.
William MacAskill (2019) “Longtermism”, Effective Altruism Forum, 25 de julio.
Joseph Carlsmith (2023) Orientándonos hacia el futuro a largo plazo, Biblioteca Altruismo Eficaz (charla / sesión de preguntas y respuestas).
Christian Tarsney (2023) The epistemic challenge to longtermism, Synthese, vol. 201, pp. 19–5.
William MacAskill (2023) ¿Qué es el largoplacismo?, Biblioteca Altruismo Eficaz.
Duncan Webb (2021) Formalising the “washing out hypothesis”, Effective Altruism Forum, 25 de marzo.
Robert Wiblin & Keiran Harris (2021) Alexander Berger on improving global health and wellbeing in clear and direct ways, 80,000 Hours, 12 de julio.
Max Roser (2023) El futuro es inmenso: ¿qué significa esto para nuestra vida?, Biblioteca Altruismo Eficaz.
Forethought Foundation (2018) Longtermism: Potential research projects, Forethought Foundation, noviembre.
Tatjana Visak (2018) Two types of long-termism, 25 de octubre.
Dylan Balfour (2021) Longtermism: how much should we care about the far future?, 1000-Word Philosophy: An Introductory Anthology, 17 de septiembre.