¿Qué es el largoplacismo?
La humanidad está hoy en su adolescencia. Un adolescente tiene aún la mayor parte de su vida por delante, y sus decisiones repercutirán en su futuro. De forma similar, la humanidad tiene aún la mayor parte de su vida por delante: se calcula que ya han vivido 118 mil millones de personas, pero nacerán muchísimas más, quizás miles o incluso millones de veces esa cantidad.
Algunas de las decisiones que tomemos en este siglo repercutirán en el futuro de la humanidad, pero la sociedad contemporánea no es consciente de ello. Para madurar como especie, tenemos que adoptar una perspectiva llamada largoplacismo: una forma de pensar muy distinta a la mentalidad que prevalece en la actualidad.
El largoplacismo es la idea de que tener una influencia positiva en el futuro a largo plazo es una prioridad moral clave de nuestro tiempo. Se trata de considerar seriamente la magnitud del futuro y cuánto podría haber en juego al moldearlo. Significa pensar en los desafíos que podrían afectar el curso de la civilización y tomar las medidas necesarias para beneficiar no solo a la generación presente, sino también a las generaciones futuras.
Los argumentos a favor del largoplacismo se basan en la idea simple de que las personas del futuro importan moralmente. Los efectos del cambio climático, los desechos nucleares y el agotamiento de los recursos naturales nos preocupan no solo porque afectan nuestras vidas, sino también porque afectarán las vidas de nuestros nietos, y las de los nietos de nuestros nietos. Si estuviera en nuestras manos evitar un genocidio en mil años, el hecho de que “esas personas aún no existen” no justificaría nuestra inacción.
Muchos movimientos sociales han luchado por un mayor reconocimiento de los miembros marginados de la sociedad. Los defensores del largoplacismo buscan extender ese reconocimiento a las personas del futuro. Así como nos debería importar la vida de las personas que están lejos de nosotros en el espacio, también deberíamos preocuparnos por las personas que están lejos de nosotros en el tiempo, es decir, las que vivirán en el futuro.
Esto cobra importancia porque el futuro podría ser inmenso. La humanidad tiene 300 000 años, pero ¿cuántos años nos quedan por delante?
Si los humanos fuéramos una especie típica de mamíferos, nos quedarían unos 700 000 años de vida. Pero no somos típicos. Podríamos autodestruirnos en los próximos siglos, o podríamos durar cientos de millones de años. No tenemos forma de saber cuál de estos futuros es el que nos espera, pero lo que sí sabemos es que la expectativa de vida de la humanidad —el tiempo de vida potencial de nuestra especie— es enorme.
Es posible que nos encontremos en el principio mismo de la historia. Si evitamos una catástrofe, casi todas las personas que habrán existido no han nacido aún.
Es por ello que las generaciones futuras tienen una importancia moral incalculable. Entonces, ¿qué podemos hacer para ayudarlas?
En primer lugar, podemos asegurarnos de que exista un futuro. Y en segundo lugar, podemos ayudar a garantizar que ese futuro sea bueno.
El primer paso es reducir el riesgo de extinción humana. En caso de que las acciones que emprendamos en este siglo causen nuestra extinción, el impacto en las futuras generaciones es muy claro: nuestras acciones les habrán arrebatado la oportunidad misma de vivir. La posibilidad de un futuro próspero se habrá perdido para siempre.
Una de las mayores amenazas son las pandemias. La tragedia de la COVID-19 nos reveló lo peligrosas que pueden llegar a ser. Las futuras pandemias podrían ser incluso peores si seguimos invadiendo hábitats naturales de modos que aumentan el riesgo de que las enfermedades se transmitan de los animales a los humanos. Los avances en el campo de la biotecnología nos permiten desarrollar vacunas que nos protegen de enfermedades, pero también nos están dando la capacidad de crear nuevos patógenos que podrían usarse como armas biológicas con un poder destructivo sin precedentes.
La plataforma comunitaria de predicción Metaculus, que usa el conocimiento colectivo de sus miembros para predecir eventos del mundo real, calcula que el riesgo de una pandemia que cause la muerte de más del 95 % de la población mundial este siglo es de casi el 1 %. Si estás leyendo esto en un país que goza de condiciones socioeconómicas relativamente buenas, es más probable que mueras en una pandemia que por ahogamiento, homicidio o incendio juntos. Es como si toda la humanidad estuviese a punto de asumir el riesgo de muerte asociado a saltar en paracaídas mil veces seguidas. Considerando lo que está en juego, este riesgo es demasiado alto.
Podemos actuar ahora mismo para reducir estos riesgos. Un ejemplo de ello es lo que ha hecho Kevin Esvelt, profesor de biología en el Massachusetts Institute of Technology (MIT) en Estados Unidos y uno de los desarrolladores de la tecnología de impulsores genéticos basados en CRISPR. Su gran preocupación por el riesgo catastrófico que representan los patógenos modificados lo llevó a fundar el Nucleic Acid Observatory, cuyo objetivo es monitorear las aguas residuales en busca de nuevas enfermedades a fin de detectar y responder a las pandemias en cuanto aparezcan. Esta técnica se usó recientemente para encontrar trazas de polio en el Reino Unido.
Esvelt también ha impulsado la investigación sobre la luz ultravioleta lejana (far-UVC). Las investigaciones preliminares son prometedoras, y sugieren que algunas formas de luz ultravioleta lejana pueden esterilizar una habitación al inactivar microorganismos causantes de enfermedades, sin dañar a las personas. Si podemos bajar el costo de este tipo de luz ultravioleta lejana, e instalarla en edificios en todo el mundo, podremos reducir drásticamente el riesgo de pandemias y hacer que gran parte de las enfermedades respiratorias sean cosa del pasado.
Existen también otros grupos que se enfocan en la preparación frente a las pandemias. El Oxford Pandemic Sciences Institute, recientemente inaugurado, trabaja para acelerar la evaluación de vacunas contra nuevos brotes. La start-up farmacéutica Alvea está tratando de producir rápidamente una vacuna contra la COVID-19 que sea estable sin necesidad de refrigeración y que pueda usarse para vacunar a toda la población, ricos y pobres por igual. Tienen previsto usar su plataforma para desarrollar rápidamente vacunas para futuras pandemias.
Estos esfuerzos demuestran que realmente podemos contribuir a garantizar la supervivencia de la civilización, al mismo tiempo que cosechamos enormes beneficios para la generación actual.
Asegurar la supervivencia de la civilización no es la única forma en la que podemos ayudar a las generaciones futuras. También podemos ayudar a garantizar que su civilización prospere.
Mejorar los valores que guían a la sociedad es un gran primer paso. Activistas y pensadores del pasado han conseguido avances morales perdurables por medio de campañas a favor de la democracia, de los derechos de las personas de color y del sufragio femenino. Podemos construir sobre la base de ese progreso para dejarles un mundo mejor a nuestros hijos y nietos. Podemos promover actitudes e instituciones que le den un valor moral serio a cada persona y a cada ser consciente.
Pero este progreso no está en absoluto garantizado. Las futuras tecnologías, como la inteligencia artificial (IA) avanzada, podrían ayudar a actores políticos malintencionados a consolidar su poder. El siglo XX fue testigo de regímenes totalitarios que surgieron de sociedades democráticas; si eso se repitiese, perderíamos las libertades y la igualdad obtenidas en el último siglo. En el peor de los casos, el futuro podría quedar fuera del control de los humanos: podríamos vernos desplazados por sistemas superinteligentes cuyos objetivos estén en conflicto con los nuestros.
De hecho, son muchos los indicadores que apuntan a la posibilidad de que los sistemas de IA sobrepasen las capacidades humanas en cuestión de décadas, y aún estamos muy lejos de saber si la transición a una tecnología transformadora de tal magnitud vaya a salir bien. Por ello, las personas interesadas en el largoplacismo están trabajando para que los sistemas de IA sean honestos y seguros. Por ejemplo, Stuart Russell, profesor de Ciencias de la Computación en la Universidad de California en Berkeley y coautor del libro de texto sobre IA más leído y de mayor influencia, cofundó el Center for Human-Compatible AI, cuyo fin es alinear la inteligencia artificial avanzada con los objetivos de la humanidad. Por su parte, la investigadora Katja Grace lidera AI Impacts, un proyecto que busca comprender mejor cuándo podríamos desarrollar una inteligencia artificial de nivel humano y qué ocurriría si lo lográramos.
A lo largo de la historia ha habido muchas maneras de moldear el futuro: desde pequeños actos como reforestar bosques y preservar información hasta activismo moral de largo alcance cuyos efectos han perdurado hasta nuestros días.
Sin embargo, el siglo XXI podría ser un periodo de influencia sin precedentes sobre nuestro destino. Cuanto más poder tengamos sobre nuestro entorno y sobre la propia humanidad, mayor será el poder que tendremos de desviar la historia de su curso. Al ser como un adolescente, la humanidad es también imprudente y conduce a una velocidad mayor de la que puede controlar.
El largoplacismo es mucho más que solo una idea abstracta. Tiene sus orígenes en el movimiento del altruismo eficaz: una filosofía y una comunidad que intenta averiguar cómo podemos hacer el mayor bien posible con nuestro tiempo y dinero, para luego poner en práctica esas ideas.
La idea del largoplacismo ha despertado un enorme interés en emprender acciones que buscan ayudar a las generaciones futuras. Cientos de personas se han comprometido a donar parte de sus ingresos, lo cual significa que han decidido vivir con menos para donar a causas que beneficien a futuras generaciones. Fundaciones importantes, como Open Philanthropy, están priorizando las causas filantrópicas orientadas al futuro. Jóvenes de todo el mundo están basándose en el largoplacismo para tomar decisiones sobre sus carreras profesionales.
Las organizaciones también están incorporando una visión a largo plazo en diversas áreas. Our World in Data prepara y presenta información acerca de los problemas más importantes de nuestro tiempo. La plataforma comunitaria de predicción Metaculus reúne las perspectivas de miles de voluntarios para crear predicciones verificables de eventos futuros. La Organización de las Naciones Unidas publicó una agenda que plantea poner a las generaciones futuras en primera plana a través de nuevos representantes, informes y declaraciones, que se discutirán en una “Cumbre del Futuro” en 2023.
También existe una vibrante comunidad de investigadores. El largoplacismo es una idea naciente, y aún hay mucho que no sabemos. ¿Cuán rápido pasaremos de una inteligencia artificial inferior a la inteligencia humana a una que la supere, y qué podemos esperar en tal caso? ¿Cuán probable es que la civilización se recupere si colapsa? ¿Qué impulsa el progreso moral, y cómo podemos evitar que se arraiguen valores negativos? ¿Cuáles son las acciones más eficaces que podemos emprender para enfrentarnos a los mayores riesgos que nos acechan?
Entre las organizaciones que trabajan en torno a estos temas se cuentan el Future of Humanity Institute y el Global Priorities Institute de la Universidad de Oxford, cuyo consejo consultivo presido, junto con el Centre for the Study of Existential Risks de Cambridge, la Stanford Existential Risks Initiative y el Future of Life Institute.
¿Significa luchar por las generaciones futuras desatender los intereses de quienes existen en la actualidad? De ninguna manera. En este momento, solo una pequeña fracción del tiempo y la atención de la sociedad se está invirtiendo de manera explícita en tratar de promover un futuro positivo a largo plazo. No sé exactamente cuánto deberíamos estar invirtiendo, pero no cabe duda de que debería ser más. Como señala mi colega Toby Ord, la Convención sobre Armas Biológicas —el único mecanismo internacional encargado de prohibir la proliferación de este tipo de armas— cuenta con un presupuesto anual inferior al de un McDonald’s promedio. En vista de la poca atención que se presta a los intereses de las generaciones futuras, incluso un incremento modesto en la preocupación de la sociedad por su futuro podría tener un efecto transformador.
Además, las acciones a largo plazo también tienen beneficios a corto plazo. Como hemos visto, prevenir pandemias salva vidas tanto en el presente como en el futuro. La innovación en energías limpias no ayuda únicamente a mitigar el cambio climático, sino también a reducir el número de muertes, dado que 3.6 millones de personas mueren cada año a causa de la contaminación del aire relacionada con los combustibles fósiles. Lo mismo podría decirse sobre otros esfuerzos que constituyen prioridades largoplacistas, como aquellos dirigidos a promover y mejorar la democracia, reducir el riesgo de una tercera guerra mundial o mejorar nuestra capacidad para predecir catástrofes.
No solemos pensar en el vasto futuro que tenemos por delante. Rara vez nos preocupamos por las catástrofes que podrían poner a la civilización en peligro, o por cómo las nuevas tecnologías podrían resultar en una distopía perpetua. Y casi nunca reflexionamos sobre cuán buena podría ser la vida: cómo podríamos brindarles a nuestros tataranietos vidas llenas de felicidad y logros, libres de estrés y de sufrimiento innecesario.
Pero deberíamos pensar en estas cuestiones. Después de todo, el futuro es tan real como el pasado o el presente. Lo ignoramos porque no está a la vista; como no lo vemos, no pensamos en él.
A lo largo de nuestra vida, nos enfrentaremos a desafíos —como el desarrollo de una inteligencia artificial avanzada y la amenaza del uso de armas biológicas en una tercera guerra mundial— que podrían ser fundamentales para el futuro de la especie humana.
Está en nuestras manos hacer lo necesario para responder a estos desafíos con sabiduría. Si lo hacemos, les estaríamos dejando a nuestros descendientes un mundo hermoso y justo—un futuro que pueda florecer por millones de años.