Largoplacismo: un llamamiento a proteger a las generaciones futuras
Cuando Eunice Newton Foote, una científica aficionada del siglo XIX, llenó cilindros de vidrio con distintos gases y los expuso a la luz solar, descubrió un curioso fenómeno. El dióxido de carbono se calentaba más que el aire normal y tardaba más en enfriarse.a
Notablemente, Foote comprendió lo que significaba este trascendental descubrimiento.
“Una atmósfera de ese gas daría a nuestra Tierra una temperatura elevada”, escribió en 1857.b
Aunque Foote difícilmente podía ser consciente en aquel momento, el potencial del calentamiento global debido al dióxido de carbono tendría enormes implicaciones para las generaciones que vinieron después de ella.
Si repitiéramos la historia a partir de ese momento, podríamos esperar que este descubrimiento clave sobre el papel del carbono en la atmósfera orientara las decisiones de los gobiernos y las industrias en el siglo siguiente. Probablemente no deberían haber evitado por completo las emisiones de carbono, pero podrían haber dado prioridad al desarrollo de alternativas a los combustibles fósiles mucho antes en el siglo XX, y podríamos haber evitado gran parte del cambio climático destructivo que las personas presentes ya están empezando a vivir, y que afectará también a las generaciones futuras.
Creemos que habría sido mucho mejor si las generaciones precedentes hubieran actuado a partir del descubrimiento de Foote, especialmente en la década de 1970, cuando los modelos climáticos empezaban a mostrar de forma fiable el curso futuro de las tendencias globales de calentamiento.c
Si esto parece correcto, se debe a una idea de sentido común: en la medida de nuestras posibilidades, tenemos razones de peso para tener en cuenta los intereses y promover el bienestar de las generaciones futuras.
Eso era cierto en la década de 1850, lo era en la de 1970 y lo sigue siendo ahora.
Pero a pesar del atractivo intuitivo de esta idea moral, sus implicaciones han sido poco exploradas. Por ejemplo, si nos importan las generaciones que vivirán dentro de 100 años, no está claro por qué deberíamos detenernos ahí.
Y si tenemos en cuenta cuántas generaciones futuras puede haber, y cuánto mejor podría ser el futuro si tomamos buenas decisiones en el presente, las posibilidades de prosperar de nuestros descendientes adquieren una importancia fundamental. En concreto, creemos que esta idea sugiere que mejorar las perspectivas de todas las generaciones futuras es una de las cosas moralmente más importantes que podemos hacer.
Este artículo expone los argumentos a favor de este punto de vista, que recibe el nombre de “largoplacismo”.
Expondremos dónde creemos que el argumento es más sólido y más débil, responderemos a objeciones frecuentes y diremos algo sobre lo que creemos que todo esto significa para lo que deberíamos hacer.
Nos gustaría dar las gracias especialmente a Ben Todd, que escribió una versión anterior de este ensayo, y a Fin Moorhouse, que hizo comentarios muy agudos sobre un primer borrador.
Aunque la mayoría reconoce que las generaciones futuras son moralmente importantes hasta cierto punto, hay otras dos premisas clave en los argumentos a favor del largoplacismo que creemos que son ciertas y que no se tienen suficientemente en cuenta. En conjunto, las premisas son
En el resto de este artículo, explicaremos y defenderemos cada una de estas premisas. Dado lo mucho que está en juego, este argumento sugiere que mejorar las perspectivas de todas las generaciones futuras debería ser una de las máximas prioridades morales de nuestro tiempo. Si somos capaces de tener un impacto excepcional, influyendo positivamente en muchas vidas con consecuencias duraderas, nos corresponde tomar en serio esta posibilidad.
Esto no significa que sea lo único moralmente importante, ni que los intereses de las generaciones futuras importen tanto que excluya por completo a la generación presente. No estamos de acuerdo con ninguna de estas dos afirmaciones.
También hay una probabilidad no despreciable de que este argumento tenga algún fallo, por lo que gran parte de este artículo analiza objeciones al largoplacismo. Aunque no nos parecen convincentes en general, algunas de ellas reducen nuestra confianza en el argumento de forma significativa.
Sin embargo, creemos que está claro que nuestra sociedad desatiende en general los intereses de las generaciones futuras. El filósofo Toby Ord, asesor de 80 000 Horas, ha argumentado que, al menos según algunas medidas, el mundo gasta cada año más dinero en helados que en reducir los riesgos para las generaciones futuras.e
Dado que, en nuestra opinión, los argumentos a favor del largoplacismo son en general convincentes, deberíamos hacer mucho más en comparación con el statu quo para asegurarnos de que el futuro vaya bien y no mal.
También es crucial reconocer que el largoplacismo por sí mismo no dice nada sobre la mejor manera de ayudar al futuro en la práctica, y este es un campo de investigación incipiente. El largoplacismo se confunde a menudo con la idea de que deberíamos planificar más a largo plazo. Pero creemos que el principal resultado es que otorga más importancia a abordar con urgencia los riesgos de extinción en el presente, como las pandemias catastróficas, los desastres causados por la IA, la guerra nuclear o el cambio climático extremo. Discutiremos las posibles implicaciones en la última sección.
Pero antes, ¿por qué creemos que las tres premisas anteriores son ciertas?
¿Deberíamos preocuparnos por personas que aún no existen?
El debate sobre el cambio climático de la introducción intenta poner de manifiesto la intuición común de que tenemos motivos para preocuparnos por las generaciones futuras. Pero a veces, sobre todo al considerar las implicaciones del largoplacismo, se duda de que las generaciones futuras tengan alguna importancia.
Derek Parfit, un influyente filósofo moral, propuso un experimento mental sencillo para ilustrar por qué es plausible que las personas futuras tengan importancia moral:
Supongamos que dejo un vaso roto entre la maleza de un bosque. Cien años después, ese cristal hiere a un niño. Mi acto daña a ese niño. Si hubiera enterrado el vidrio, el niño habría atravesado el bosque ileso.
¿Hay alguna diferencia moral en el hecho de que el niño al que hago daño no exista ahora?1
Estamos de acuerdo en que estaría mal deshacerse del vidrio roto de un modo que pudiera dañar a alguien. Sigue estando mal si es improbable que el daño se produzca antes de que pasen 5 o 10 años, o incluso un siglo, y el daño lo sufra alguien que aún no ha nacido. Y si acaso otra persona va por el mismo camino, también tendría una buena razón para recoger el vaso y proteger a cualquier niño que pudiera sufrir un daño en cualquier momento del futuro.
Pero Parfit también se dio cuenta de que reflexionar sobre estos temas planteaba cuestiones filosóficas sorprendentemente complicadas, algunas de las cuales aún no han recibido una respuesta satisfactoria. Una cuestión central es el llamado ‘problema de la no identidad’, que trataremos en la sección de objeciones más adelante. Sin embargo, estas cuestiones pueden ser complejas y técnicas, y no todo el mundo estará interesado en leer los detalles.
A pesar de estos interrogantes, hay muchos casos similares al ejemplo de Parfit del vidrio roto en el bosque en los que es claramente correcto preocuparse por la vida de las personas futuras. Por ejemplo, los futuros padres hacen planes basados en los intereses de sus hijos incluso antes de que sean concebidos. Los gobiernos hacen bien en planificar para las generaciones venideras que aún no han nacido. Y si está razonablemente en nuestra mano evitar que surja un régimen totalitario dentro de 100 añosf o que se agoten los recursos de los que pueden depender nuestros descendientes, deberíamos hacerlo.
Aunque el largoplacismo pueda parecer a algunos una filosofía abstracta y oscura, en realidad sería mucho más extraño y contrario al sentido común creer que no deberíamos preocuparnos por personas que aún no existen.
Los seres humanos existen desde hace cientos de miles de años. Parece que podríamos seguir existiendo de alguna forma al menos unos cientos de miles de años más.
Sin embargo, existe un grave riesgo de que nos extingamos, como veremos más adelante. Pero aparte de eso, los humanos han demostrado ser extremadamente ingeniosos y resilientes. Sobrevivimos en una amplia gama de circunstancias, debido en parte a nuestra capacidad de utilizar la tecnología para ajustar nuestros cuerpos y nuestros entornos según sea necesario.
¿Cuánto tiempo es razonable esperar que sobreviva la especie humana?
Eso es más difícil de estimar. Más del 99 % de las especies de la Tierra se han extinguido en la historia del planeta,2 a menudo en cuestión de millones de años o menos.g
Pero si miramos a nuestro alrededor, parece claro que los humanos no son una especie terrestre típica. No es ‘especismo’ (la discriminación injustificada basada en la pertenencia a una especie) decir que los humanos han logrado hazañas notables para un animal: vencer muchas enfermedades con sus invenciones, extenderse por todo el planeta e incluso orbitar en torno a él, aumentar nuestra esperanza de vida y dividir el átomo.
Es posible que nuestra propia inventiva sea nuestra perdición. Pero si evitamos ese destino, nuestra inteligencia podría permitirnos superar los desafíos que suelen poner fin a la vida de una especie.
Por ejemplo, podríamos detectar y desviar cometas y asteroides, que han causado extinciones masivas en el pasado.
Si podemos evitar la extinción indefinidamente, podremos prosperar en la Tierra mientras continúe siendo habitable, lo que podría suponer otros 500 millones de años, o incluso más.
En la actualidad, hay unos 8 000 millones de seres humanos vivos. En total, ha habido unos 100 000 millones de seres humanos. Si sobrevivimos hasta el final del periodo habitable de la Tierra, todos los que han existido hasta ahora habrán sido las primeras gotas de lluvia en un huracán.
Si solo nos preguntamos por lo que parece posible para la futura población de la humanidad, las cifras son abrumadoramente grandes. Si suponemos, para simplificar, que habrá 8 000 millones de personas por cada siglo de los próximos 500 millones de años,h nuestra población total sería del orden de 40 000 billones. Creemos que esto demuestra claramente la importancia del futuro a largo plazo.
E incluso eso podría no ser el final. Aunque sigue siendo especulativo, los asentamientos espaciales podrían señalar el camino para sobrevivir cuando la Tierra deje de ser habitable.i Y una vez que ya no estemos atados al planeta, el número potencial de sujetos morales empieza a ser realmente grande.
En What We Owe the Future, Will MacAskill, el filósofo y cofundador de 80 000 Horas, escribió lo siguiente:
si la humanidad en algún momento viaja a las estrellas, los plazos se vuelven literalmente astronómicos. El sol seguirá ardiendo durante 5 000 millones de años; las últimas formaciones estelares convencionales se producirán dentro de más de un billón de años; y, debido a un pequeño pero constante flujo de colisiones entre enanas marrones, unas pocas estrellas seguirán brillando dentro de un millón de billones de años.
La posibilidad real de que la civilización dure tanto tiempo hace que la humanidad tenga una esperanza de vida enorme.
Parte de este debate puede sonar especulativo y fantasioso, ¡y lo es! Pero si tenemos en cuenta lo fantásticas que les parecían nuestras vidas y nuestro mundo a los humanos de hace 100 000 años, cabe esperar que el futuro lejano nos parezca al menos igual de extraño ahora.
Y es importante no obsesionarse con las cifras exactas. Lo que importa es que existe una posibilidad razonable de que el futuro sea muy prolongado, y podría contener un número mucho mayor de personas,j por lo que su evolución podría ser extremadamente importante.
Hay otro factor que expande todavía más el alcance de nuestra preocupación moral por el futuro. ¿Deberíamos asignar importancia moral a seres que ni siquiera son humanos?
Nos parece que la vida de los animales no humanos en el presente es moralmente importante, y es por eso que la cría intensiva, en la que miles de millones de animales de granja sufren cada día, es un desastre moral.k El sufrimiento y el bienestar de los animales no humanos del futuro no es menos importante.
Y si en un futuro lejano los descendientes de la humanidad evolucionan hacia una especie diferente, probablemente también deberíamos preocuparnos por su bienestar. Creemos que incluso deberíamos preocuparnos potencialmente por los posibles seres digitales del futuro, siempre que cumplan los criterios de posesión de estatus moral, como, por ejemplo, ser capaces de sentir placer y dolor.
Tenemos muchas dudas sobre qué tipo de seres habitarán el futuro, pero creemos que la humanidad y sus descendientes tienen el potencial de desempeñar un papel sumamente importante. Y queremos tener un ámbito de preocupación moral amplio para englobar a todos aquellos seres capaces de poseer bienestar.l
Cuando reflexionamos sobre la posible magnitud del futuro que nos espera, experimentamos un sentimiento de humildad. Pero también creemos que estas posibilidades presentan una oportunidad gigantesca de tener un impacto positivo para aquellos de nosotros que hemos surgido tan temprano en esta historia.
Lo mucho que está en juego sugiere que, si hay algo que podamos hacer para tener un impacto significativo y previsiblemente positivo en el futuro, tenemos buenas razones para intentarlo.
Cuando Foote descubrió el mecanismo del cambio climático, no podía prever cómo la futura demanda de combustibles fósiles desencadenaría un consiguiente aumento global de las temperaturas.
Por eso, aunque tengamos buenas razones para preocuparnos por cómo se desarrolla el futuro, y reconozcamos que el futuro podría contener un inmenso número de individuos cuyas vidas importan moralmente, podríamos seguir preguntándonos: ¿puede alguien realmente hacer algo para mejorar las perspectivas de las generaciones venideras?
Muchas cosas que hacemos influyen en el futuro de alguna manera. Si tenemos un hijo o contribuimos al crecimiento económico, los efectos de estas acciones se extienden a lo largo del tiempo y, en cierta medida, cambian el curso de la historia. Pero estos efectos son muy difíciles de evaluar. La cuestión es si podemos tener un impacto positivo a largo plazo previsible.
Creemos que sí. Por ejemplo, creemos que será mejor para el futuro si evitamos la extinción, gestionamos nuestros recursos con cuidado, fomentamos instituciones que promuevan la cooperación en lugar del conflicto violento y desarrollamos tecnologías avanzadas de forma responsable.
Nunca vamos a estar totalmente seguros de que nuestras decisiones sean las mejores, pero a menudo tenemos que tomar decisiones en condiciones de incertidumbre, pensemos o no en el futuro a largo plazo. Y creemos que hay razones para ser optimistas sobre nuestra capacidad de ejercer una influencia positiva.
En las siguientes subsecciones se analizan cuatro enfoques principales para mejorar el futuro a largo plazo:
Una táctica plausible para mejorar las perspectivas de las generaciones futuras es aumentar la probabilidad de que efectivamente existan.
Por supuesto, si una guerra nuclear o un asteroide acabaran con la civilización, la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que se trataría de una calamidad sin precedentes.
Sin embargo, el largoplacismo sugiere que lo que está en juego podría ser aún más grave de lo que parece a primera vista. La extinción humana súbita no solo acabaría con la vida de los miles de millones de personas que viven actualmente, sino con todo el potencial de nuestra especie. Como se ha explicado en la sección anterior, esto representaría una pérdida enorme.
Es verosímil que algunas personas, cuando menos, estén en condiciones de reducir significativamente los riesgos de extinción. Podemos, por ejemplo, crear salvaguardas para reducir el riesgo de que se lancen accidentalmente armas nucleares, lo que podría desencadenar un ciclo cataclísmico de escalada que produjera un invierno nuclear. Y la NASA ha estado probando tecnologías para desviar grandes objetos cercanos a la Tierra en trayectorias peligrosas.m Nuestros esfuerzos para detectar asteroides que podrían suponer una amenaza de extinción ya han demostrado ser extremadamente costo-eficaces.
Así que si es cierto que se puede reducir el riesgo de extinción, entonces las personas de hoy pueden, verosímilmente, tener un impacto de gran alcance en el futuro a largo plazo. En 80 000 Horas, nos parece que los mayores riesgos de extinción a los que nos enfrentamos provienen de la inteligencia artificial avanzada, la guerra nuclear y las pandemias artificiales.n
Y hay cosas reales que podemos hacer para reducir estos riesgos, como por ejemplo
Nunca sabremos con certeza hasta qué punto ha sido eficaz un determinado enfoque para reducir el riesgo de extinción, ya que no se puede realizar un ensayo controlado aleatorizado con el fin del mundo. Pero el valor esperado de estas intervenciones puede seguir siendo bastante alto, aun en un contexto de gran incertidumbre.o
Una respuesta a la importancia de reducir el riesgo de extinción es advertir que solo es positivo si el futuro tiene más probabilidades de ser bueno que malo. Esto nos lleva a la siguiente forma de contribuir a mejorar las perspectivas de las generaciones futuras.
Evitar la extinción de la especie humana es quizá la forma más clara de tener un impacto a largo plazo, pero puede haber otras posibilidades. Si somos capaces de realizar acciones que contribuyan a que nuestro futuro esté lleno de valor o sea comparativamente malo, tendríamos la oportunidad de ejercer una enorme influencia desde una perspectiva largoplacista. Podemos denominar a estas consecuencias cambios de trayectoria.p
El cambio climático, por ejemplo, podría producir un cambio de trayectoria desastroso. Aunque creamos que probablemente no conducirá a la extinción de la humanidad, el cambio climático extremo podría remodelar radicalmente la civilización para peor, tal vez reduciendo nuestras oportunidades viables de prosperar a largo plazo.
Incluso podría haber trayectorias potenciales aún peores. Por ejemplo, la humanidad podría quedar atrapada en un sistema de valores que socavara el bienestar general y provocara una enorme cantidad de sufrimiento innecesario.
¿Cómo podría ocurrir esto? Una forma de que se produzca este tipo de “fijación de valores” es que un régimen totalitario se establezca como gobierno mundial y utilice tecnologías avanzadas para mantener su hegemonía indefinidamente.q Si algo así es posible, podría acabar con la oposición y reorientar a la sociedad alejándola de lo que tenemos más razones para valorar.
También podríamos acabar estancados moralmente, de modo que, por ejemplo, los horrores de la pobreza o de la cría intensiva de animales no lleguen nunca a mitigarse y, de hecho, se reproduzcan a escalas aún mayores.
Es difícil decir exactamente qué se podría hacer ahora para reducir los riesgos de uno de estos escenarios horribles. En general, los intentos de influir en los cambios de trayectoria nos inspiran menos confianza que la prevención de la extinción. Si este tipo de iniciativas fueran factibles, serían extremadamente importantes.
Intentar fortalecer la democracia liberal y promover valores positivos, por ejemplo abogando en favor de los animales de granja, podría ser valioso para este fin. Pero quedan muchas cuestiones pendientes sobre qué tipo de intervenciones tendrían más probabilidades de tener un impacto perdurable a largo plazo en estos problemas.
Abordar estos problemas y asegurarnos de que tenemos la sabiduría necesaria para tratarlos adecuadamente requerirá mucho trabajo, y empezar a hacerlo ahora podría ser muy valioso.
Esto nos lleva al tercer tipo de intervención largoplacista: investigación.
Plantearse este tipo de preguntas de forma sistemática es un fenómeno relativamente reciente. Por eso, nos parece altamente probable que estemos muy equivocados sobre al menos algunos aspectos de nuestra comprensión de estas cuestiones. Probablemente haya varias sugerencias en este artículo que están completamente equivocadas; el problema es saber cuáles.
Por eso creemos que hay que investigar mucho más para saber si los argumentos a favor del largoplacismo son sólidos, así como las posibles vías para influir en las generaciones futuras. Esta es una de las razones por las que incluimos la ‘investigación sobre prioridades globales’ entre los problemas más apremiantes en los que alguien puede trabajar.
La cuarta categoría de enfoques largoplacistas es el desarrollo de la capacidad, es decir, la inversión en recursos que pueden ser valiosos para las intervenciones largoplacistas en el futuro.
En la práctica, esto puede asumir diversas formas. En 80 000 Horas hemos contribuido a la creación de la comunidad del altruismo eficaz, cuyo objetivo general es identificar y comprender los problemas más acuciantes del mundo y cómo resolverlos. El largoplacismo es en parte una rama del altruismo eficaz, y contar con este tipo de comunidad puede ser un recurso importante para abordar el tipo de desafíos que plantea el largoplacismo.
También hay formas más sencillas de generar recursos, como invertir fondos ahora para que crezcan con el tiempo y puedan gastarse en un momento más decisivo, cuando más se necesiten.
También se puede invertir en el desarrollo de la capacidad apoyando a instituciones, como agencias gubernamentales u organismos internacionales, cuya misión sea dirigir los esfuerzos para mejorar las perspectivas de futuro a largo plazo.
En resumen: hay mucho en juego.
El número y el tamaño de las generaciones futuras podría ser enorme. Tenemos motivos para preocuparnos por todas ellas.
Pero el rumbo del futuro es incierto. Las decisiones que la humanidad tome en el presente podrían influir en cómo se desarrollen los acontecimientos. Nuestras decisiones de hoy podrían conducir a un futuro próspero para nuestros descendientes, o al fin de la vida inteligente en la Tierra, o quizá al surgimiento de un régimen opresivo duradero.
Nos parece que no podemos desentendernos de estas posibilidades. Debido a que la humanidad ha dedicado tan pocos recursos a hacer que el futuro vaya bien, quienes tenemos la capacidad para hacerlo deberíamos averiguar cómo podemos mejorar la probabilidad de que se produzcan los mejores resultados y reducir la probabilidad de que se produzcan los peores.
No podemos ni queremos imponer a nuestros descendientes un camino predeterminado que elijamos para ellos ahora; queremos hacer lo posible para que tengan la oportunidad de construir un mundo mejor ellos mismos.
Los que vengan después de nosotros tendrán que vivir con las decisiones que hoy tomemos. Si miran atrás, esperamos que piensen que hicimos lo correcto por ellos.
A continuación analizaremos una serie de objeciones comunes que la gente opone al argumento a favor del largoplacismo.
Algunas de estas objeciones apuntan a consideraciones filosóficas importantes que son complejas pero que, no obstante, parecen tener respuestas sólidas. Otras plantean razones importantes para dudar del largoplacismo que en 80 000 Horas nos tomamos en serio y que creemos que vale la pena investigar más a fondo. Y otras son malentendidos o tergiversaciones del largoplacismo que creemos que deberían corregirse. (Nota: a pesar de su extensión, esta lista no abarca todas las objeciones).
Tomar decisiones morales siempre implica hacer compromisos. Tenemos recursos limitados, por lo que gastar en un asunto significa que tenemos menos para gastar en otro. Y hay muchas causas que son dignas de nuestros esfuerzos. Si nos centramos en ayudar a las generaciones futuras, necesariamente restaremos prioridad a muchas de las necesidades urgentes del presente.
Pero no creemos que esto sea una objeción al largoplacismo tan preocupante como puede parecer en un principio, al menos por tres razones:
1. Lo principal es que muchas prioridades largoplacistas, especialmente la reducción del riesgo de extinción, también son sumamente importantes para las personas que viven hoy en día. Por ejemplo, creemos que prevenir una catástrofe relacionada con la IA o una pandemia cataclísmica son dos de las principales prioridades, en gran parte por sus implicaciones para las generaciones futuras. Pero estos riesgos podrían materializarse en las próximas décadas, por lo que si nuestros esfuerzos tienen éxito, la mayoría de las personas que viven hoy se beneficiarían. Algunos sostienen que prevenir las catástrofes globales podría ser la forma más eficaz de salvar las vidas de las personas en el presente.
2. Si todos nos tomáramos más en serio la imparcialidad moral, habría muchos más recursos para destinar no solo al futuro lejano, sino también a los más desfavorecidos del mundo actual. La imparcialidad es la idea de que debemos preocuparnos por los intereses de las personas por igual, independientemente de su nacionalidad, sexo, raza u otras características moralmente irrelevantes. Esta imparcialidad es parte de lo que motiva el largoplacismo: pensamos que los intereses de las personas del futuro suelen valorarse menos de lo debido.
Creemos que si la imparcialidad se tomara más en serio en general, viviríamos en un mundo mucho mejor que destinaría muchos más recursos de los que destina actualmente a aliviar todo tipo de sufrimientos, incluidos los de la generación presente. Por ejemplo, nos encantaría que se destinaran más recursos a luchar contra las enfermedades, mejorar la salud mental, reducir la pobreza y proteger los intereses de los animales.
3. Defender cualquier prioridad moral significa que el tiempo y los recursos no se destinan a otra causa que también puede ser digna de atención. Los defensores de los derechos de los animales de granja o de los presos están, de hecho, quitando prioridad a los intereses de otros posibles beneficiarios, como los pobres del mundo. Así que no se trata solo de una objeción al largoplacismo, sino a cualquier tipo de priorización.
En última instancia, esta objeción gira en torno a la cuestión de si realmente merece la pena preocuparse por las generaciones futuras, que es de lo que trata el resto de este artículo.
Algunas personas, sobre todo las que tienen formación en economía, afirman que no deberíamos tratar las vidas individuales del futuro igual que las vidas de hoy. En su lugar, sostienen que deberíamos descontar sistemáticamente el valor de las vidas y generaciones futuras según un porcentaje constante.
(No estamos hablando aquí de descontar el futuro debido a la incertidumbre, que tratamos más abajo.)
Cuando los economistas comparan los beneficios en el futuro con los beneficios en el presente, suelen reducir el valor de los beneficios futuros en una cantidad llamada “factor de descuento”. Una tasa típica puede ser del 1 % anual, lo que significa que los beneficios dentro de 100 años solo valdrán un 36 % de lo que valen los beneficios actuales, y que los beneficios dentro de 1 000 años no valdrán casi nada.
Esto puede parecer una forma atractiva de preservar la intuición básica con la que empezamos (que tenemos razones de peso para preocuparnos por el bienestar de las generaciones futuras) evitando al mismo tiempo las afirmaciones largoplacistas más contraintuitivas que surgen al considerar las cantidades potencialmente astronómicas de valor que nuestro universo podría albergar algún día. Si adoptáramos esta perspectiva, nos preocuparíamos por las generaciones futuras, pero no tanto como por la generación presente, y sobre todo solamente por las generaciones que vendrán poco después de nosotros.
Estamos de acuerdo en que hay buenas razones para descontar los beneficios económicos. Una razón es que si recibes dinero ahora, puedes invertirlo y obtener rendimientos año tras año. Esto significa que es mejor recibir dinero ahora que más tarde. Las personas del futuro también podrían ser más ricas, lo que significa que el dinero es menos valioso para ellas.
Sin embargo, estas razones no parecen aplicarse al bienestar, es decir, lo que hace que una vida sea valiosa para la propia persona. No se puede “invertir” directamente en bienestar hoy y obtener más bienestar después, como se puede hacer con el dinero. Lo mismo parece aplicarse a otros valores intrínsecos, como la justicia. Y el largoplacismo tiene que ver con las razones para preocuparse por los intereses de las generaciones futuras, más que por la riqueza.
Por lo que sabemos, la mayoría de los filósofos que han trabajado en el tema no creen que debamos descartar el valor intrínseco de las vidas futuras, aunque estén en total desacuerdo con otras cuestiones de la ética de la población. Es un principio sencillo y fácil de aceptar: la felicidad de una persona vale lo mismo independientemente de cuándo se produzca.
De hecho, si suponemos que podemos descontar vidas en un futuro lejano, podemos llegar fácilmente a conclusiones que parecen absurdas. Por ejemplo, una tasa de descuento del 3 % implicaría que el sufrimiento de una persona hoy es moralmente igual al sufrimiento de 16 billones de personas dentro de 1 000 años. Sería verdaderamente horrible aceptar una conclusión semejante.
Y cualquier tasa de descuento significaría que, si encontráramos alguna forma segura de salvar 1 millón de vidas de un sufrimiento intenso dentro de 1 000 o 10 000 años, sería astronómicamente más importante elegir la primera opción. Esto también parece muy difícil de aceptar.r
Si rechazamos que se descuente el valor de las vidas futuras, entonces las muchas generaciones potenciales que podrían venir después de nosotros siguen siendo dignas de preocupación moral. Y esto no entra en conflicto con la práctica económica de descontar los beneficios monetarios.
Para un análisis más técnico de estas cuestiones, véase Discounting for public policy, de Hilary Graves. Hay un debate más accesible a partir de 1h00m50s en nuestro pódcast con Toby Ord y en el capítulo 4 de Stubborn Attachments de Tyler Cowen.
Hay algunas razones prácticas, más que intrínsecas, para descontar el valor del futuro. En concreto, nuestra incertidumbre sobre cómo se desarrollará el futuro hace que sea mucho más difícil influir en él que en el presente, e incluso las acciones a más corto plazo pueden ser excesivamente difíciles de pronosticar.
Y debido a la posibilidad de extinción, ni siquiera podemos confiar en que las vidas futuras que consideramos tan potencialmente valiosas lleguen a existir. Como ya hemos dicho, eso nos da motivos para reducir los riesgos de extinción cuando sea factible, pero también nos da motivos para tener menos confianza en que esas vidas existirán y, por tanto, para asignarles menos importancia en nuestras deliberaciones.
Del mismo modo, un médico que realiza un triaje puede optar por dar prioridad a un paciente que tiene muchas posibilidades de sobrevivir a sus heridas frente a otro que tiene muchas menos probabilidades de sobrevivir independientemente de la atención médica que reciba.
Esta incertidumbre, unida a la extrema dificultad de predecir el impacto a largo plazo de nuestras acciones, hace mucho más difícil, en igualdad de condiciones, ayudar a las generaciones futuras. Y, en efecto, este punto reduce el valor de trabajar en beneficio de las generaciones futuras.
Incluso si podemos influir en cómo se desarrollarán las cosas para las generaciones futuras, por lo general estaremos muy lejos de estar seguros de que realmente estamos mejorando las cosas. Y podría decirse que cuanto más lejos en el tiempo estén los resultados de nuestras acciones, menos seguros estaremos de que se produzcan. Intentar mejorar el futuro nunca será sencillo.
Sin embargo, incluso teniendo en cuenta la dificultad y la incertidumbre, creemos que el valor potencial en juego para el futuro hace que muchos proyectos inciertos sigan valiendo la pena.
Uno podría estar en desacuerdo con esta conclusión si creyera que la extinción humana es tan probable e inevitable en el futuro que la posibilidad de que nuestros descendientes sigan existiendo disminuye rápidamente al avanzar unos pocos siglos. No creemos que sea tan probable, aunque nos preocupa esta posibilidad.
En un artículo de la revista Asterisk, la periodista Kelsey Piper criticó el argumento de MacAskill a favor de las intervenciones largoplacistas centradas en los cambios de trayectoria positivos (en contraposición a los riesgos de extinción) de la siguiente manera:
¿Qué proporción de personas que intentaron influir en el futuro a largo plazo tuvieron éxito y qué proporción fracasó? ¿Cuántos otros fundaron con éxito instituciones que los sobrevivieron, pero que desarrollaron valores que tenían poco que ver con los suyos? […] La mayoría de los planes bien intencionados y bien concebidos fracasan al entrar en contacto con la realidad. Cada problema sencillo se fragmenta, al examinarlo más de cerca, en docenas de subproblemas con sus propias complejidades. Ha sido necesario un exhaustivo trabajo de ensayo y error y grandes cantidades de investigación empírica para establecer incluso las cosas más básicas sobre lo que funciona y lo que no para mejorar la vida de la gente”.
Piper sigue siendo partidaria de trabajar en la reducción de la extinción, que considera una vía de acción más tratable. Sus dudas sobre la posibilidad de anticipar con fiabilidad nuestro impacto en la trayectoria del futuro, fuera de los escenarios de extinción, merecen ser tomadas muy en serio.
Es posible tener dudas sobre el largoplacismo que van más allá de la incertidumbre tradicional. Actuamos en condiciones de incertidumbre todo el tiempo, y encontramos formas de gestionarla.
Existe un problema más profundo conocido como incertidumbre radical. Mientras que la incertidumbre consiste en tener un conocimiento incompleto, la incertidumbre radical se refiere al estado de no tener la menor idea de nada.
Algunas personas creen que estamos en una situación de incertidumbre radical sobre los efectos a largo plazo de nuestras acciones. Esto se debe a que prácticamente todas las acciones que realizamos pueden tener consecuencias impredecibles de gran alcance. En las historias de viajes en el tiempo, esto se conoce a veces como el “efecto mariposa”, porque algo tan pequeño como una mariposa batiendo sus alas puede influir en las corrientes de aire lo suficiente como para provocar un monzón en el otro extremo del mundo (al menos a efectos ilustrativos).
Si uno piensa que la decisión de ir o no al supermercado el jueves o el viernes puede determinar el nacimiento del próximo Gandhi o Stalin, puede llegar a la conclusión de que esforzarse activamente por que el futuro vaya bien es una tarea imposible.
Al igual que otras cuestiones importantes tratadas aquí, la incertidumbre radical sigue siendo un área activa de debate filosófico, por lo que no creemos que haya necesariamente una respuesta decisiva a estas inquietudes. Pero existe un argumento plausible, desarrollado por la filósofa y asesora de 80 000 Horas Hilary Greaves según el cual el largoplacismo es, de hecho, la mejor respuesta a la cuestión de la incertidumbre radical.
Esto se debe a que la incertidumbre radical afecta el impacto de todas nuestras acciones. Los esfuerzos por mejorar la vida de las generaciones actuales, como las transferencias de dinero directas, pueden beneficiar a una familia en un futuro previsible. Pero las consecuencias a largo plazo de la transferencia son un completo misterio.
Sin embargo, las intervenciones largoplacistas de éxito pueden no tener esta cualidad, sobre todo las destinadas a evitar la extinción humana. Si, por ejemplo, desviamos un asteroide que de otro modo habría causado la extinción de la humanidad, no estamos en una situación de incertidumbre radical sobre las consecuencias a largo plazo. La humanidad tendrá al menos la oportunidad de seguir existiendo en un futuro lejano, algo que de otro modo no habría ocurrido.
Evitar la extinción sigue siendo incierto, por supuesto. Las consecuencias a largo plazo de este tipo de acciones no son del todo conocidas. Pero tampoco estamos en una situación de incertidumbre radical.
Si es cierto que el problema de la incertidumbre radical afecta más a algunas intervenciones a corto plazo que a las intervenciones largoplacistas, y quizás a prevenir la extinción menos que a ninguna otra, entonces esta aparente objeción en realidad no afecta al largoplacismo.
Para una perspectiva alternativa, sin embargo, véase la entrevista del pódcast de 80 000 Horas con Alexander Berger.
Debido a la naturaleza de la reproducción humana, la identidad de quien llega a nacer es sumamente contingente. Cualquier individuo es el resultado de la combinación de un espermatozoide y un óvulo, y una combinación diferente de espermatozoide y óvulo habría creado una persona diferente. Retrasar el acto de la concepción —por ejemplo, quedarse atascado en un semáforo al volver a casa— muy probablemente hará que otro espermatozoide fecunde el óvulo, lo que significa que nacerá otra persona con otra combinación de genes.
Sorprendentemente, esto significa que casi todas nuestras acciones pueden tener un impacto en el futuro al cambiar las personas que nacerán en el futuro.
Si te interesa influir positivamente en el futuro, esto crea un problema desconcertante. Muchas acciones dirigidas a mejorar el futuro, como intentar reducir los efectos nocivos del cambio climático o desarrollar una nueva tecnología para mejorar la vida de las personas, pueden proporcionar la inmensa mayoría de sus beneficios a personas que no habrían existido si no se hubiera realizado la acción.
Así que, aunque parece obvio que es bueno mejorar el mundo de esta manera, puede que sea imposible señalar a personas concretas en el futuro y decir que sus vidas mejoraron gracias a estas acciones. Se puede mejorar el futuro en general, pero no se puede mejorar para nadie en particular.
Por supuesto, lo inverso también es cierto: puedes emprender alguna acción que empeore el futuro, pero todas las personas que experimenten las consecuencias de tus acciones puede que nunca hubieran existido si hubieras elegido un curso de acción diferente.
Esto se conoce como el “problema de la no identidad”. Incluso cuando se puede mejorar el futuro lejano con una determinada acción, es casi seguro que nunca se conseguirá que ninguna persona en concreto esté mejor en el futuro lejano de lo que estaría en caso contrario.
¿Debería este problema hacernos abandonar el largoplacismo? Creemos que no.
Aunque la cuestión es desconcertante, aceptarla como refutación del largoplacismo sería excesivo. Por ejemplo, echaría por tierra gran parte de los argumentos, muy plausibles, de que los responsables políticos deberían haber tomado en el pasado medidas significativas para limitar los efectos del cambio climático (ya que cabe esperar que, a largo plazo, esos cambios políticos hagan que nazcan personas diferentes).
O consideremos el caso hipotético de una sociedad que está decidiendo qué hacer con sus residuos nucleares. Supongamos que hay dos formas de almacenarlos: una es barata, pero significa que dentro de 200 años los residuos se recalentarán y expondrán a 10 000 000 de personas a una radiación nociva que acortará drásticamente sus vidas. El otro método de almacenamiento garantiza que nunca dañará a nadie, pero es significativamente más caro, e implica que las personas que viven actualmente tendrán que pagar impuestos marginalmente más altos.
Suponiendo que esta política fiscal altere el comportamiento lo suficiente como para empezar a cambiar la identidad de los niños que nacen, es totalmente plausible que, dentro de 200 años, no exista nadie que hubiera existido si se hubiera aplicado la política barata y peligrosa. Esto significa que ninguna de las 10 000 000 personas que ven truncadas sus vidas puede decir que habrían tenido mejor suerte si sus antepasados hubieran elegido el método de almacenamiento más seguro.s
Aun así, parece intuitiva y filosóficamente inaceptable creer que una sociedad no tendría razones de peso para adoptar la política segura frente a la política barata y peligrosa. Si uno acepta esta conclusión, entonces está aceptando que el problema de la no identidad no significa que debamos abandonar el largoplacismo. (Naturalmente, es posible oponerse al largoplacismo por otros motivos.)
No obstante, este problema plantea cuestiones filosóficas apremiantes que siguen generando debate, y creemos que entender mejor estas cuestiones es un proyecto importante.
Dijimos que nos parecería muy mal que la humanidad se extinguiera, en parte porque personas futuras que de otro modo habrían podido vivir vidas plenas y prósperas no tendrían nunca esa oportunidad.
Pero esto plantea algunas cuestiones relacionadas con el “problema de la no identidad”. ¿Debería importarnos realmente si las generaciones futuras llegan o no a existir?
Hay quienes sostienen que quizá no tengamos razones morales para hacer cosas que alteren si otras personas existen o no. En cuyo caso, garantizar la existencia de las generaciones futuras o aumentar las posibilidades de que el futuro de la humanidad sea largo y expansivo sería en sí mismo moralmente neutro.
Esta cuestión es muy delicada desde una perspectiva filosófica; de hecho, un subcampo menor de la filosofía moral llamado ética de la población se propone responder a esta y otras cuestiones relacionadas.
Así que no vamos a abordar la cuestión en profundidad aquí. Pero podemos dar una idea de por qué creemos que trabajar para garantizar que la humanidad sobreviva y que el futuro esté lleno de vidas prósperas es una gran prioridad moral.
Consideremos primero un escenario en el que, mientras viajas por la galaxia en una nave espacial, te encuentras con un planeta en el que habita una especie inteligente que llevan una vida feliz, moral y plena. No han desarrollado la capacidad de viajar por el espacio, y puede que nunca lo logren, pero parece probable que tengan un largo futuro por delante en su planeta.
¿No nos parecería una gran tragedia que, por ejemplo, un asteroide estuviera a punto de destruir su civilización? Por supuesto, cualquier visión moral plausible aconsejaría salvar a la especie por su propio bien. Pero también parece un bien indiscutible que, si se desvía el asteroide, esta especie floreciente pueda continuar durante muchas generaciones futuras, prosperando en su rincón del universo.
Si tenemos esta opinión sobre ese hipotético mundo alienígena, probablemente deberíamos tener la misma opinión sobre nuestro propio planeta. Los humanos, por supuesto, no son necesariamente tan felices y éticos, ni están tan satisfechos con sus vidas. Pero la gran mayoría de nosotros queremos seguir viviendo… y parece al menos posible que nuestros descendientes puedan tener vidas mucho más prósperas que las nuestras. Incluso podrían asegurarse de que todos los demás seres sintientes tengan vidas dichosas con un saldo positivo de bienestar. Esto parece darnos razones de peso para hacer realidad este potencial.
Para otro tipo de argumento en esta línea, puede leerse el artículo Making happy people is good. Just ask the golden rule, de Joe Carlsmith.
Algunas personas defienden una perspectiva ética “centrada en las personas afectadas”. Este punto de vista se resume a veces con la frase: “la ética consiste en hacer feliz a la gente, no en hacer gente feliz”.
En la práctica, esto significa que solo tenemos la obligación moral de ayudar a los que ya están vivos,t y no de hacer posible que existan más personas con vidas buenas. Para las personas que defienden este punto de vista, puede estar permitido crear una persona feliz, pero hacerlo es moralmente neutro.
Esta perspectiva tiene algo de plausibilidad y no creemos que pueda ignorarse por completo. Sin embargo, los filósofos han descubierto una serie de problemas con ella.
Supongamos que podemos elegir entre dar vida a una persona con una vida maravillosa o a otra cuya vida apenas es digna de ser vivida, pero que es más buena que mala. Evidentemente, parece mejor crear la vida maravillosa.
Pero si crear una vida feliz no es ni bueno ni malo, entonces tenemos que concluir que ninguna de las dos opciones es ni buena ni mala. Esto implica que las opciones son iguales, y que no hay razón para hacer una u otra, lo que parece extraño.
Y si aceptáramos una perspectiva centrada en las personas afectadas, sería difícil dar sentido a muchas de nuestras creencias morales comunes en torno a cuestiones como el cambio climático. Por ejemplo, implicaría que los responsables políticos del siglo XX podrían haber tenido pocas razones para mitigar el impacto de las emisiones de CO2 en la atmósfera si los efectos negativos solo afectaran a las personas que nacieran varias décadas en el futuro. (Esta cuestión se analiza más a fondo arriba.)
Se trata de un debate complejo, y rechazar la perspectiva centrada en las personas afectadas también tiene conclusiones contraintuitivas. En particular, Parfit demostró que si se está de acuerdo en que es bueno crear personas cuyas vidas sean más buenas que malas, existe un argumento sólido para llegar a la conclusión de que podríamos tener un mundo mejor lleno de un enorme número de personas cuyas vidas apenas sean dignas de ser vividas. Él llamó a esto la “conclusión repugnante”.
En este debate, ambas partes plantean puntos importantes. Puede verse un resumen de los argumentos en esta conferencia pública de Hilary Greaves (basada en este artículo). También se analiza en nuestro pódcast con Toby Ord.
No estamos seguros de cuál es la postura correcta, pero nos inclinamos por rechazar las perspectivas centradas en las personas afectadas. Sin embargo, dado que muchas personas sostienen perspectivas de este tipo, creemos que se les debe dar cierto peso, y eso significa que deberíamos actuar como si tuviéramos una obligación algo mayor de ayudar a alguien que ya está vivo que a alguien que todavía no existe. (Esto es una aplicación de la incertidumbre moral).
Sin embargo, hay que tener en cuenta que incluso las personas que adoptan una perspectiva centrada en las personas afectadas a menudo piensan que es moralmente malo hacer algo que permite que exista alguien que tiene una vida llena de sufrimiento y que desearía no haber nacido nunca. Si eso es cierto, aún deberíamos pensar que tenemos fuertes razones morales para preocuparnos por el futuro lejano, porque existe la posibilidad de que sea tanto muy bueno como terriblemente malo para un gran número de personas. Desde cualquier punto de vista plausible, hay razones de peso para esforzarse por evitar cantidades astronómicas de sufrimiento. Así que incluso alguien que defienda firmemente una perspectiva centrada en las personas afectadas puede tener motivos para adoptar una forma de largoplacismo que dé prioridad a evitar el sufrimiento a gran escala en el futuro.
Si tratamos de sopesar todo esto, nos parece que la sociedad debería preocuparse mucho más por el futuro de lo que lo hace actualmente y que, como en el caso del cambio climático, a menudo tiene sentido priorizar que las cosas vayan bien para las personas del futuro. En el caso del cambio climático, por ejemplo, es probable que la sociedad hubiera debido asumir hace tiempo los costos no triviales de financiar esfuerzos para desarrollar energías limpias altamente confiables y abandonar una economía de uso intensivo de carbono.
Sin embargo, debido a la incertidumbre moral, la generación presente nos importa más de lo que nos importaría si no atendiéramos a estas consideraciones.
Sí, sería arrogante. Pero el largoplacismo no exige que conozcamos el futuro.
En cambio, la implicación práctica del largoplacismo es que tomemos medidas que probablemente sean buenas en el amplio abanico de futuros posibles. Creemos que es mejor para el futuro si, como hemos dicho más arriba, evitamos la extinción, gestionamos nuestros recursos con cuidado, fomentamos instituciones que promuevan la cooperación en lugar del conflicto violento y desarrollamos tecnologías avanzadas de forma responsable. Ninguna de estas estrategias requiere que sepamos cómo será el futuro.
En las secciones anteriores hablamos más sobre la importancia de esta incertidumbre.
Esto no es exactamente una objeción, pero una respuesta al largoplacismo no afirma que el punto de vista sea erróneo, sino que es superfluo.
Esto puede parecer plausible si el largoplacismo nos inspira principalmente a priorizar la reducción de los riesgos de extinción. Como ya se ha dicho, hacerlo podría beneficiar a las personas actuales, así que ¿para qué molestarse en hablar de los beneficios para las generaciones futuras?
Una respuesta es: ¡estamos de acuerdo en que no hace falta abrazar el largoplacismo para apoyar estas causas! Y nos alegramos de que la gente lleve adelante iniciativas valiosas, independientemente de que estén o no de acuerdo con nuestra filosofía.
Pero seguimos pensando que los argumentos a favor del largoplacismo son ciertos y que vale la pena hablar de ellos.
En primer lugar, cuando tratamos de comparar la importancia de trabajar en determinadas áreas —como la salud global o la mitigación del riesgo de extinción por guerra nuclear—, la importancia que otorguemos a los intereses de las generaciones futuras puede ser decisiva a la hora de establecer prioridades.
Además, algunas prioridades largoplacistas, como evitar la fijación de valores perjudiciales o desarrollar un marco prometedor para la gobernanza del espacio, serían tal vez ignoradas por completo si no tenemos en cuenta los intereses de las generaciones futuras.
Por último, si es cierto que las generaciones futuras merecen mucha más atención moral de la que reciben actualmente, es bueno que la gente lo sepa. Puede que en el futuro surjan problemas que no constituyan una amenaza de extinción, pero que puedan afectar al futuro a largo plazo: en tal caso, creemos que la gente debería tomar en serio esos problemas.
En pocas palabras, no. El utilitarismo total es el enfoque según el cual estamos obligados a maximizar la cantidad total de experiencias positivas frente a las negativas, normalmente ponderando su intensidad y duración.
Se trata de una perspectiva moral particular, y muchos de sus defensores y simpatizantes son partidarios del largoplacismo. Pero también se puede rechazar el utilitarismo de cualquier tipo y al mismo tiempo aceptar el largoplacismo.
Por ejemplo, podrías creer en la existencia de “restricciones laterales”: reglas morales sobre qué tipo de acciones son inadmisibles independientemente de las consecuencias. Así, podrías creer que tienes razones de peso para promover el bienestar de las personas en un futuro lejano, siempre que hacerlo no implique violar los derechos morales de nadie. Este sería una perspectiva largoplacista no utilitarista.
También podrías ser pluralista sobre el valor, en contraste con los utilitaristas que piensan que una noción particular del bienestar es el único valor verdadero. Alguien que no fuera utilitarista podría valorar intrínsecamente, por ejemplo, el arte, la belleza, los logros, el carácter bueno, el conocimiento y las relaciones personales, independientemente de su impacto en el bienestar.
(Véase nuestra definición de impacto social para saber cómo incorporamos estos valores morales a nuestra cosmovisión.)
Así que puedes ser largoplacista precisamente porque crees que es probable que el futuro contenga grandes cantidades de todas esas cosas que valoras, por lo que es realmente importante que protejamos este potencial.
También podrías pensar que tenemos la obligación de mejorar el mundo para las generaciones futuras porque le debemos a la humanidad “pasar la antorcha”, en lugar de dilapidar todo lo que nuestros antepasados han hecho para construir la civilización. Esta sería otra forma de entender el largoplacismo moral que no se basa en el utilitarismo total.u
Por último, puedes rechazar la parte “total” del utilitarismo y seguir creyendo en el largoplacismo. Es decir, puedes creer que es importante asegurarse de que el futuro vaya bien en un sentido utilitarista general sin pensar que eso significa que tendremos que seguir aumentando el tamaño de la población para maximizar el bienestar total. Aquí hay más información sobre los distintos puntos de vista de la ética de la población.
Como ya hemos comentado arriba, quienes no creen que sea moralmente bueno crear una población próspera suelen pensar que sigue siendo importante evitar el sufrimiento futuro, en cuyo caso se podría apoyar un largoplacismo centrado en evitar los peores resultados para las generaciones futuras.
No.
Creemos, por ejemplo, que no deberías tener una carrera profesional perjudicial solo porque crees que puedes hacer más bien que mal con el dinero que ganarás. Hay razones prácticas, epistémicas y morales que justifican esta postura.
Y, en general, creemos que es muy poco probable que trabajar en una carrera profesional perjudicial sea el camino que tenga las mejores consecuencias en general.
Algunos críticos del largoplacismo afirman que este punto de vista puede utilizarse para justificar todo tipo de actos atroces en nombre de un futuro glorioso. No lo creemos, en parte porque hay muchas razones intrínsecas plausibles para oponerse a actos atroces por sí mismos, incluso si crees que tendrán buenas consecuencias. Como explicamos en nuestro artículo sobre la definición de ‘impacto social’:
No creemos que el impacto social sea lo único que importa. Más bien, creemos que la gente debería aspirar a tener un mayor impacto social sin sacrificar otros valores importantes, en particular, la formación de un carácter bueno, el respeto de los derechos y la consideración de otros valores personales importantes. No apoyamos hacer algo que parece muy equivocado desde una perspectiva de sentido común para tener un mayor impacto social.
Y lo que es aún más importante, resulta extrañamente pesimista creer que la mejor manera de que el futuro vaya bien es hacer cosas horribles ahora. Esto es muy probablemente falso, y hay pocas razones para que alguien se deje tentar por esta visión.
Algunas de las afirmaciones de este artículo pueden parecer ciencia ficción. Somos conscientes de que esto puede desanimar a algunos lectores, pero creemos que es importante ser francos sobre lo que pensamos.
Y el hecho de que una afirmación suene a ciencia ficción no es, por sí solo, una buena razón para descartarla. Muchas afirmaciones especulativas sobre el futuro han sonado a ciencia ficción hasta que los avances tecnológicos las hicieron realidad.
Desde la perspectiva de Eunice Newton Foote en el siglo XIX, la idea de que el clima mundial se transformaría a partir de un principio que ella descubrió en un cilindro de cristal podía sonar a ciencia ficción. Pero el cambio climático es ahora nuestra realidad.
Del mismo modo, la idea de la “bomba atómica” era literalmente ciencia ficción antes de que Leo Szilard descubriera la posibilidad de la reacción nuclear en cadena en 1933. Szilard leyó por primera vez sobre este tipo de armas en The World Set Free de H.G. Wells. Como explicó W. Warren Wager en The Virginia Quarterly:
A diferencia de la mayoría de los científicos que entonces investigaban la radiactividad, Szilard percibió inmediatamente que una reacción nuclear en cadena podría producir armas además de motores. Tras seguir investigando, llevó sus ideas sobre la reacción en cadena a la Oficina de Guerra británica y más tarde al Almirantazgo, asignando su patente al Almirantazgo para evitar que la noticia llegara a oídos de la comunidad científica en general. “Sabiendo lo que esto [una reacción en cadena] significaría”, escribió, “(y lo sabía porque había leído a H.G. Wells) no quería que esta patente se hiciera pública.”
Esto no significa que debamos aceptar cualquier idea de manera acrítica. Y, de hecho, se pueden rechazar muchas de las afirmaciones más “futuristas” de algunas personas preocupadas por las generaciones futuras —como la posibilidad de asentamientos espaciales o los riesgos de la inteligencia artificial— y aun así encontrar convincente el largoplacismo.
Algo que preocupa algunas personas del largoplacismo es que parece depender de una probabilidad muy pequeña de obtener un muy buen resultado.
Algunos piensan que esto se parece sospechosamente a la apuesta de Pascal, un argumento muy polémico para creer en Dios (o una variante de esta idea, “el asalto de Pascal”.) La preocupación es que este tipo de argumento pueda utilizarse para derivar una aparente obligación de hacer cosas absurdas o censurables. Se basa en un experimento mental, como describimos en otro artículo:
Un asaltante te para por la calle y te dice: “Dame tu billetera o te lanzaré un hechizo de tortura a ti y a todos los que han vivido”. No puedes descartar con un 100 % de probabilidad que no lo haga: después de todo, nada es 100 % seguro. Y torturar a todos los que han vivido alguna vez es tan malo que seguramente incluso evitar una pequeñísima probabilidad de que eso ocurra vale los 40 dólares que hay en tu billetera. Pero intuitivamente, parece que no deberías darle tu billetera a alguien solamente porque te amenace con algo completamente inverosímil.
Este problema engañosamente simple plantea cuestiones delicadas en la teoría del valor esperado, y no está claro cómo deberían resolverse, pero normalmente se asume que deberíamos rechazar los argumentos que se basan en este tipo de razonamiento.
El argumento a favor del largoplacismo expuesto anteriormente puede parecer una forma de este argumento porque se basa en parte en la premisa de que el número de individuos en el futuro podría ser enorme. Al tratarse de un argumento relativamente novedoso y poco convencional, puede parecerse sospechosamente a la amenaza (presumiblemente vacía) del asaltante del experimento mental.
Pero hay algunas diferencias clave. Para empezar, los riesgos para el futuro a largo plazo no son nada desdeñables. Toby Ord estimó que la probabilidad de una catástrofe existencial que reduzca efectivamente el potencial de las generaciones futuras en el próximo siglo es de 1 en 6.v
Ahora bien, puede ser cierto que la probabilidad de que un individuo reduzca significativamente este tipo de amenazas sea mucho, mucho menor. Pero aceptamos pequeñas probabilidades de hacer el bien todo el tiempo: por eso nos ponemos el cinturón de seguridad en el coche, aunque en cualquier trayecto las probabilidades de sufrir un accidente grave sean minúsculas. Muchas personas contratan seguros de vida para garantizar que sus familiares dispondrán de apoyo financiero en el improbable caso de que mueran jóvenes.
Y aunque es improbable que una sola persona sea la única responsable de reducir de forma significativa el riesgo de extinción humana (del mismo modo que ninguna persona podría detener el cambio climático), parece plausible que un gran grupo de personas que trabajen con diligencia y cuidado pueda hacerlo. Y si el gran grupo de personas puede lograr este loable fin, entonces participar en esta acción colectiva no es comparable al asalto de Pascal.
Pero si llegáramos a la conclusión de que la posibilidad de reducir los riesgos a los que se enfrenta la humanidad es realmente ínfima, entonces querríamos estudiar mucho más seriamente otras prioridades, sobre todo teniendo en cuenta que hay tantos otros problemas apremiantes. Sin embargo, mientras sea cierto que existen oportunidades reales de tener un impacto significativo en mejorar las perspectivas futuras, el largoplacismo no se basará en un razonamiento sospechoso y extremo sobre el valor esperado.
Esto da mucho que pensar. Entonces, ¿cuáles son nuestras conclusiones sobre cómo creemos que es más probable que nos equivoquemos respecto al largoplacismo?
He aquí algunas posibilidades que creemos que vale la pena tomar en serio, aunque desde nuestra perspectiva no invaliden por completo el argumento:
La moral podría exigir una preferencia fuerte por el presente. Puede haber razones morales de peso para dar preferencia a las personas actuales sobre las generaciones futuras. Esto podría deberse a que algo parecido a una perspectiva centrada en las personas afectadas es correcta (expuesta previamente) o quizá incluso a que deberíamos descontar sistemáticamente el valor de los seres futuros.
Afectar el futuro de manera predecible podría ser inviable. Es posible que nuevas investigaciones acaben concluyendo que las posibilidades de influir en el futuro lejano son prácticamente inexistentes o extremadamente limitadas. Es difícil creer que alguna vez podamos zanjar la cuestión (los investigadores que lleguen a esta conclusión en el futuro podrían estar equivocados), lo cual podría reducir drásticamente nuestra confianza en que perseguir una agenda largoplacista vale la pena y, por tanto, relegar el proyecto a un segundo plano.
Reducir el riesgo de extinción podría no ser tratable más allá de cierto punto. Es posible que haya un nivel básico de riesgo de extinción que los humanos tengamos que aceptar en algún momento y que no podamos reducir más. Y si, por ejemplo, hubiera un riesgo irreductible de catástrofe de extinción del 10 % cada siglo, entonces el futuro, en términos esperados, sería mucho menos significativo de lo que pensamos. Esto reduciría drásticamente el atractivo del largoplacismo.
Una consideración crucial podría cambiar nuestra evaluación de formas que no podemos predecir. Esto entra en la categoría general de “desconocimientos desconocidos”, ante los que siempre es importante estar alerta.
También pueden leerse los siguientes ensayos críticos contra el largoplacismo que nos han parecido interesantes:
¡Sí!
Queremos ser sinceros sobre lo que creemos y cuáles son nuestras prioridades, pero no pensamos que todo el mundo tenga que estar de acuerdo con nosotros.
Y tenemos muchos consejos y herramientas que son muy útiles para las personas que están pensando en su carrera profesional, independientemente de lo que piensen sobre el largoplacismo.
También hay muchos lugares en los que los proyectos largoplacistas convergen con otros enfoques para pensar en tener un impacto positivo con tu carrera profesional. Por ejemplo, trabajar para prevenir pandemias parece muy positivo al margen de se priorizan los beneficios a corto o a largo plazo.
Aunque como organización nos centramos en cuestiones que pueden afectar a todas las generaciones futuras, en general nos alegraría mucho ver también a más gente trabajando en beneficio de los pobres del mundo y de los animales de granja, dos causas tratables que creemos que se descuidan indebidamente a corto plazo. También hablamos de estos temas en nuestro pódcast y publicamos ofertas de empleo relacionadas en nuestra bolsa de trabajo.
Aunque responder satisfactoriamente a esta pregunta exigiría un amplio programa de investigación en sí mismo, tenemos algunas ideas generales sobre lo que implica el largoplacismo para las decisiones que tomemos en la práctica. Y nos encantaría que se prestara más atención a esta cuestión.
Puede que estos argumentos motiven a algunas personas a buscar oportunidades para hacer donaciones a proyectos o áreas de trabajo a largo plazo. Creemos que Open Philanthropy (que es uno de los principales financiadores de 80 000 Horas) realiza una importante labor en este ámbito.
Pero nuestro principal objetivo es ayudar a las personas a tener carreras profesionales con impacto. Partiendo del largoplacismo, hemos creado una lista de lo que creemos que son los problemas más apremiantes en los que hay que trabajar en el mundo. Estos problemas son importantes, desatendidos y tratables.
En el momento de escribir estas líneas, los ocho problemas principales son:
Ya hemos dado algunos ejemplos de formas concretas de abordar estas cuestiones más arriba.
La lista anterior es provisional y es probable que cambie a medida que vayamos adquiriendo más conocimientos. También enumeramos muchos otros problemas apremiantes que consideramos de gran importancia desde un punto de vista largoplacista, así como unos cuantos que serían prioritarios si rechazáramos el largoplacismo.
Tenemos una lista relacionada de carreras profesionales de alto impacto que creemos que son opciones atractivas para las personas que quieren contribuir a resolver estos problemas y otros relacionados y ayudar a que el futuro a largo plazo vaya bien.
Pero no tenemos todas las respuestas. La investigación en este campo podría revelar consideraciones cruciales que podrían echar por tierra el largoplacismo o darle un cariz muy distinto. Es probable que haya áreas de trabajo apremiantes en las que aún no hemos pensado.
Esperamos que más gente cuestione nuestras ideas y nos ayude a pensar más claramente sobre ellas. Como hemos dicho, es mucho lo que está en juego. Por eso es fundamental que, en la medida de lo posible, hagamos lo correcto.