Prueba de reversión
La prueba de la reversión es una heurística para reducir el
. La prueba fue introducida por Nick Bostrom y Toby Ord en un artículo de 2006.1 Aunque los autores la propusieron como una herramienta para reducir el sesgo del statu quo específicamente en el campo de la ética aplicada, la prueba es aplicable de forma mucho más general, a la evaluación de cualquier decisión que implique una posible desviación del statu quo en alguna dimensión continua.Bostrom y Ord definen la prueba de la reversión de la siguiente manera:2
Cuando se piensa que una propuesta para cambiar un determinado parámetro tiene malas consecuencias en términos generales, considere un cambio en el mismo parámetro en la dirección opuesta. Si también se considera que este cambio tiene malas consecuencias en términos generales, corresponde a quienes llegan a estas conclusiones explicar por qué no es posible mejorar nuestra posición modificando este parámetro. Si no son capaces de hacerlo, entonces tenemos motivos para sospechar que están siendo influidos por el sesgo del statu quo.
La prueba de la reversión se justifica porque, dado que para la mayoría de los parámetros solo una pequeña fracción de todos los valores posibles constituyen óptimos locales, en la mayoría de los casos se puede mejorar el statu quo desviándose de él en una de las dos direcciones posibles. Así, si una desviación en una de estas direcciones se considera indeseable, una desviación en la dirección opuesta debería considerarse deseable, salvo que existan razones creíbles para pensar lo contrario.
Los autores ilustran la prueba con una aplicación al incremento cognitivo:3
La gran mayoría de los que juzgan que los aumentos de la inteligencia son peores que el statu quo probablemente también juzgarían que las disminuciones son peores que el statu quo. Pero esto los coloca en la extraña posición de mantener que el valor neto para la sociedad proporcionado por nuestro nivel actual de inteligencia está en un óptimo local y que pequeños cambios en cualquier dirección producen resultados peores. Podemos entonces pedir una explicación de por qué se cree que esto es así. Si no se da ninguna razón convincente, se corrobora nuestra sospecha de que el juicio original estaba influido por el sesgo del statu quo.
Adam Kolber ofrece otra aplicación de la prueba a las decisiones relativas al incremento de la memoria.4 La prueba también se ha utilizado en debates sobre la investigación del envejecimiento: “si hay mérito en la sugerencia de que una vida demasiado larga, con su final fuera de la vista y de la mente, podría disminuir su valor, uno podría preguntarse si ya no hemos ido demasiado lejos en el aumento de la longevidad.”5
Además de la prueba de la reversión, Bostrom y Ord propusieron una prueba de la doble reversión:6
Supongamos que se piensa que tanto el aumento de un determinado parámetro como su disminución tendrían malas consecuencias globales. Considérese un escenario en el que un factor natural amenaza con mover el parámetro en una dirección y pregúntese si sería bueno contrarrestar este cambio mediante una intervención que preserve el statu quo. En caso afirmativo, considérese un momento posterior en el que el factor natural esté a punto de desaparecer y pregúntese si sería buena idea intervenir para revertir la primera intervención. Si no es así, entonces hay una fuerte razón prima facie para pensar que sería bueno hacer la primera intervención incluso en ausencia del factor compensatorio natural.
Consideremos, por ejemplo, un procedimiento médico irreversible que impide que una sustancia química tóxica presente en el agua provoque un deterioro cognitivo leve. Este procedimiento se considera deseable por sus efectos protectores en la función cerebral. Con el tiempo, se desarrolla una tecnología que elimina por completo la sustancia química del suministro de agua. En este punto, el procedimiento médico, que funciona compensando el deterioro cognitivo mediante un incremento cognitivo equivalente, pasa a producir un aumento neto del funcionamiento cognitivo. Sin embargo, aunque los detractores del incremento humano se opondrían a una intervención que confiriera directamente este aumento de la capacidad mental, no creen que en este escenario haya que volver a introducir la sustancia química en el suministro de agua, ni que el funcionamiento cognitivo deba deteriorarse de otro modo. Estas actitudes aparentemente incoherentes sugieren que la oposición al incremento humano no está justificada racionalmente y deriva del sesgo del statu quo.
La pruebas de reversión y de la doble reversión pueden distinguirse de una heurística relacionada que también implica un cierto tipo de reversión y que asimismo pretende combatir el sesgo del statu quo.7 Siempre que se considere un cambio en el statu quo, esta heurística sugiere que el cambio se replantee como el statu quo, y el statu quo como el cambio. Por ejemplo, una persona que esté pensando en mudarse a una nueva ciudad podría imaginar que ya vive en ella y plantearse si se mudaría a la ciudad en la que vive.8 O un inversor que esté pensando en vender un activo financiero podría plantearse si lo compraría en caso de no haber invertido ya en él.
Esta prueba de la reversión alternativa se ha aplicado al experimento mental de Robert Nozick sobre la “máquina de la experiencia”, que muchos consideran una objeción decisiva a las teorías del bienestar de estado mental en general y al hedonismo en especial.a Adam Kolber y Joshua Greene han sugerido de forma independiente que, además de la pregunta original de Nozick sobre si nos conectaríamos a la máquina de la experiencia, se considere la pregunta de si nos desconectaríamos de ella en caso de que ya estuviéramos conectados.9 Los autores conjeturan que la mayoría de la gente respondería negativamente a ambas preguntas, lo que sugiere que nuestras respuestas intuitivas están influidas por el sesgo del statu quo. Los resultados experimentales posteriores de Felipe De Brigard y Dan Weijers han confirmado estas conjeturas.10
Nick Bostrom & Toby Ord (2006) The reversal test: eliminating status quo bias in applied ethics, Ethics, vol. 116, pp. 656–679.