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La gran idea: ¿cómo podemos vivir éticamente en un mundo en crisis?

por William MacAskill
Altruismo eficazMotivación altruistaPriorización de causas

Mientras los acontecimientos globales nos hunden en una angustiosa impotencia, el altruismo eficaz ofrece una solución

La imagen muestra una señal de dirección blanca con múltiples flechas apuntando en distintas direcciones sobre un fondo rojo, con una pequeña figura de una persona empujando un globo terráqueo en la intersección central, simbolizando la navegación global o la toma de decisiones.

Imagina que viajas por una zona en conflicto. Durante un largo viaje en autobús, hay una explosión y el autobús vuelca. Cuando recuperas el conocimiento, te encuentras en medio del caos. Tu compañero de viaje está atrapado bajo las ruedas, mirándote a los ojos y suplicando ayuda. A pocos metros, un niño herido grita de dolor. Al mismo tiempo, oyes el tic-tac de otro artefacto explosivo, pero no sabes dónde está ni cuándo estallará. A lo lejos, oyes disparos.

Decidas lo que decidas, te equivocarás en algo fundamental. ¿Salvar a tu amigo? El niño sigue gritando. ¿Cuidar al niño? La bomba sigue haciendo tic-tac. ¿Desactivar la bomba? Mientras consideras las opciones, tu amigo muere delante de ti.

Estoy escribiendo esto en un entorno confortable: la luz del sol brilla a través de la ventana de mi casa en Oxford. Esa apacible escena es como se me presenta el mundo. Pero, en el sentido moralmente relevante, la zona de conflicto que acabo de describir es una representación mucho más fiel de la realidad.

Hay muchas personas que necesitan de tu ayuda en este momento. En lugar de un compañero de viaje atrapado bajo un autobús delante de ti, está la mujer sin techo que vive a unos kilómetros de distancia. Hay una niña gritando de dolor, pero está en Mozambique, muriéndose de malaria. En lugar de una bomba de relojería, tenemos un riesgo cada vez mayor de catástrofe global a causa del cambio climático extremo, de una IA desalineada o de la próxima pandemia. Estos son solo algunos de los problemas a los que te enfrentas. Y de hecho, al igual que en el escenario del conflicto, tienes el poder de ayudar. Puedes hacer donaciones a organizaciones que se ocupan de estos problemas; puedes trabajar para que se les preste más atención; puedes cambiar de carrera profesional para trabajar directamente en ellos. Por tanto, cualquiera que viva hoy en día se encuentra ante el experimento mental filosófico por excelencia, participando en todos los dilemas morales jamás concebidos, todos a la vez.

Entonces, ¿cómo debemos responder exactamente a esta realidad? La reacción que parece apropiada es gritar o romper a llorar. Pero eso no sería lo correcto. El héroe en la zona de guerra no se paraliza ante el sufrimiento que ve. En lugar de eso, observa su entorno. Calcula. Toma decisiones difíciles que implican sacrificios.

En los últimos 14 años, he ayudado a desarrollar y promover una idea llamada altruismo eficaz: el uso de la evidencia y la razón para averiguar cómo hacer el mayor bien posible. Ha surgido un movimiento de personas que se toman en serio esta idea y actúan en consecuencia.

El núcleo del pensamiento del altruismo eficaz es un intento de reconocer nuestra dolorosa realidad tal como es. Normalmente, no pensamos en la mujer sin techo que vive a unos kilómetros de distancia, ni en el niño que se muere de malaria en Mozambique, ni en las bombas de relojería de una catástrofe global. Pero deberíamos. En nuestro razonamiento moral, debemos traer a colación estos temas y hacerlos patentes. Imagina que la mujer sin techo fuera tu madre. Imagina que el niño estuviera muriendo delante de ti. Imagina que el riesgo de catástrofe global fuera una inundación creciente y que cualquier día pudiera ocurrir que vieras desbordadas las defensas de tu ciudad.

Entonces, ¿qué debemos hacer? En primer lugar, debemos evaluar nuestras opciones y establecer prioridades entre ellas. En la zona de conflicto, sería un error limitarse a ayudar a la primera persona que veas. En lugar de eso, intentarías averiguar a quién puedes ayudar más, como un médico que realiza un triaje. No habría respuestas fáciles. Atender a las necesidades más acuciantes significaría aceptar que algunas personas no recibirán ayuda. Del mismo modo, en la vida diaria, deberíamos trabajar en los problemas más prioritarios; eso significa tener que aceptar que, sencillamente, no podremos hacerlo todo.

En segundo lugar, debemos actuar. Es natural no querer tomar estas decisiones, sopesando el sufrimiento de una persona frente al sufrimiento de otra. Pero también sería un error que, abrumado por la situación, te apartaras por completo del sufrimiento o que estuvieras tan perdido intentando resolver el dilema moral que nunca hicieras nada. En una situación de emergencia, intentarías ayudar a tanta gente como pudieras, todo lo que pudieras, y perseguirías ese objetivo con seriedad y compromiso. Creo que también deberíamos aspirar a hacer lo mismo cuando intentamos hacer el bien en nuestra vida cotidiana. Los filósofos morales modernos tienden a suponer que, para la mayoría de las acciones que se nos presentan, la cuestión de qué hacer es una prerrogativa personal. Se centran en las limitaciones de nuestras acciones: una lista de prohibiciones. Esto tendría sentido si la realidad moral coincidiera con la realidad que veo cuando miro a mi alrededor en mi sala de estar en Oxford. Pero difícilmente lo tiene cuando vivimos en una zona de guerra.

Existen, por supuesto, limitaciones a la acción, incluso a las acciones que pretenden ayudar a los demás; salvo en las situaciones más extremas, no deberías matar o robar por un bien mayor. Pero en una zona de guerra, es tanto lo que está en juego que nuestro enfoque debe centrarse en el impacto que tenemos. Si un médico de guerra repasa su jornada, bien podría pensar: “Debería haber obtenido un consentimiento más plenamente informado de tal o cual paciente”. Pero su principal preocupación sería: “¿Ayudé a los demás todo lo que pude?”.

Por desgracia, el escenario de emergencia en el que vivimos no acabará pronto. Lo más probable es que persista mientras tú o yo estemos vivos. Por eso, actuar éticamente significa cuidar también de ti mismo. Mi abuela trabajó en Bletchley Park durante la Segunda Guerra Mundial, donde Alan Turing descifró el famoso código Enigma. Trabajó muchísimo y sufrió una crisis nerviosa. Pero recuerdo que cuando era niño me contaba, con cierto cariño, cómo eran los bailes que solían hacer por las noches. Tenía razón al bailar.

Si queremos mejorar el mundo, no podemos centrarnos únicamente en lo mal que están las cosas. Nuestra atención, en cambio, debe centrarse en lo que podemos hacer para mejorarlas. Y esa diferencia es realmente enorme. Incluso si eliges donar solo una fracción de tus ingresos anuales a las organizaciones más eficaces, cada año puedes salvar la vida de un niño o salvar a miles de animales del sufrimiento o evitar las emisiones de gases de efecto invernadero equivalentes a la huella de carbono que muchas personas dejan durante sus vidas, o lograr una reducción real de la posibilidad de una catástrofe global general.

Por mucho que hagamos, por mucho éxito que tengamos, los problemas del mundo seguirán existiendo. Tu amigo puede seguir muriendo. Ese niño puede seguir gritando de dolor. Pero —y esto es crucial— podemos mejorar las cosas: con un razonamiento cuidadoso, la voluntad de establecer prioridades y una firme determinación, podemos dejar un mundo mejor que el que nos encontramos.

Más información

The Precipice de Toby Ord.

Vivir éticamente de Peter Singer.

La mentalidad del explorador de Julia Galef.


Publicación original: William MacAskill (2023) The big idea: How can we live ethically in a world in crisis?, The Guardian, 4 de septiembre.