Humildad
La verdadera humildad no es un rasgo de la personalidad, sino sabiduría, una comprensión de los hechos. Es en el momento en que tienes una necesidad psicológica de que ciertas características tuyas sean diferentes cuando optas entre la arrogancia o la modestia. A lo largo de toda mi vida he oscilado entre estas dos tendencias, pero he sido muchísimo más feliz en los momentos y en los lugares en los que fui humilde. La humildad es una recompensa en sí misma porque es el resultado de aceptarse y de quererse a uno mismo.
Últimamente estuve observando la gran cantidad de energía que se gasta en obsesionarse con ser mejor que los demás. Baste con decir que durante un tiempo no he estado en un lugar y tiempo humildes. El mío ha sido un lugar de inmensa inseguridad y me he aferrado a cualquier clase de estrategia que prometiese liberarme. Advierto constantemente que me estoy sintiendo amenazada por la inteligencia, la disciplina o los logros de otra persona (y, no por casualidad, en áreas en las que siento que debería ser mejor de lo que soy).
A modo de ejemplo, el otro día estaba en una reunión académica con un amigo que hablaba con fluidez sobre cuestiones fundamentales del tema que estábamos discutiendo. Me di cuenta de que me resultaba difícil escucharlo. Estaba tan preocupada por elaborar mi propia opinión “especial” (sobre un tema que él conocía mucho mejor que yo) que mi mente se distraía constantemente pensando en posibles comentarios geniales que me harían sentir menos tonta. También me di cuenta de que yo estaba sufriendo. Es algo nuevo para mí poder reconocer la infelicidad que genera este tipo de esfuerzo mental. Agradezco y siento orgullo de poder hacerlo. Es la razón por la que estoy contando esta historia, que tiene un final feliz.
Yo estaba sufriendo porque sentía que no era lo suficientemente buena. Me sentía cohibida y en guardia. La mente de mi amigo es muy aguda, algo que no siento con respecto a la mía desde hace mucho tiempo. Es más hábil que yo en materia de números y teoría. En especial, yo sentía celos por su obvio amor a sus estudios. Yo sabía que él no estaba tratando de impresionarnos. Es solo que su interés y su fascinación por el tema hacen que sus pensamientos sean impresionantes.
Cuando logré comprender lo que me pasaba, manejé con autocompasión mi sufrimiento. Me pregunté: “¿Y qué hay de malo en que él sea más inteligente y mejor estudiante? ¿Acaso eso me quita algo?“. Siempre he sentido que algo pierdo algo cuando otras personas son mejores que yo en las cosas que creo que me dan valor. Eso es porque siempre he sido vulnerable a la creencia de que mi valor era algo contingente.
Pero en esta ocasión, tan solo miré a mi amigo y pensé: “[Él] es una persona brillante y comprometida”. En el acto, mis glúteos se aflojaron, mis lumbares se relajaron, mi nuca y la base de mi cráneo se soltaron (haciendo esos ruiditos característicos que se producen al liberar tensión cuando se medita), y mi cara y mi mandíbula parecieron alargarse y distenderse. La molestia y la desesperación que sentía en el pecho comenzaron a disminuir. Preocuparme por ser superada me había estado costando una inmensa cantidad de tensión y energía. Ahora tenía una agradable sensación de paz y tranquilidad.
De repente, veía todo con claridad. Él era más inteligente que yo, mejor estudiante y una persona mucho menos controlada por el ego que yo. ¡Y estaba bien que así fuera! De hecho, yo me sentía feliz por él y por sus habilidades. Pero debo ser honesta: me sentía más feliz por mí misma, por ser capaz de dejar de lado los celos y la competitividad alimentados por la vergüenza, al menos por un tiempo, no importa cuánto. ¡Me había liberado de ese sufrimiento!
La brillantez de mi amigo no me quitaba nada. Todas esas cualidades que él ejemplificaba —la inteligencia, la agilidad y su mente aguda— me molestaban mucho porque he creído desde niña que si yo podía ser alguien impresionante en esos aspectos (entre otros), esas habilidades anularían mi insuficiencia inherente y entonces yo sería lo suficientemente buena. Pero eso no es cierto, y no necesito verme en una competencia de suma cero con alguien cuyas fortalezas coinciden con mis inseguridades.
Realmente lo comprendí en el tiempo que le llevó a mi amigo hacer su comentario. Y creo que eso es humildad. No significa menospreciarse o pensar que uno tiene poco valor, sino simplemente ser consciente y aceptar la verdad sobre uno mismo. Darte cuenta de que no necesitas ser nada más ni nada menos de lo que eres para amarte y aceptarte a ti mismo. ¡Y te aseguro que aceptarte tal como eres es, en sí, una recompensa!