Defensa del largoplacismo (capítulo 1 de Lo que le debemos al futuro)
El texto presenta y defiende el largoplacismo como un marco ético prioritario para el siglo XXI. El autor comienza con un experimento mental: imagina la vida de cada ser humano desde el inicio de la especie, en orden cronológico, hasta abarcar la totalidad de la existencia humana futura. El objetivo de este ejercicio es destacar la vastedad del futuro y, por lo tanto, la importancia moral de las generaciones futuras.
El largoplacismo, según el autor, se basa en tres ideas fundamentales:
El autor argumenta que el progreso moral y material de los últimos siglos demuestra la capacidad humana para generar un impacto positivo a largo plazo. Sin embargo, también advierte sobre las nuevas amenazas existenciales que enfrenta la humanidad, como el cambio climático, las armas nucleares, la biotecnología avanzada y la inteligencia artificial.
Se mencionan ejemplos concretos:
El autor argumenta que el largoplacismo no implica necesariamente sacrificar el bienestar presente por el futuro. Al contrario, muchas de las acciones que benefician a las generaciones futuras, como la lucha contra el cambio climático, la prevención de pandemias o la regulación de la inteligencia artificial, también tienen un impacto positivo en la actualidad.
Vivimos en un momento crucial de la historia de la humanidad, un punto de inflexión donde las decisiones que se tomen tendrán consecuencias a largo plazo. En este contexto, el largoplacismo se presenta como un llamado a la acción, una invitación a tomar conciencia de nuestra responsabilidad hacia las generaciones futuras y a trabajar activamente para construir un futuro próspero y sostenible.