Resumen de Wild Animal Ethics
El propósito de mi libro Wild Animal Ethics (WAE) es defender un enfoque deontológico, pero a la vez intervencionista, del problema del sufrimiento de los animales salvajes.1 Mientras que los consecuencialistas han tendido a simpatizar con la intervención,a los deontólogos han tendido a oponerse al deber de intervenir. Su argumento ha sido que la relación especial que tenemos con los animales domésticos no existe en el caso de los animales salvajes,2 que la intervención es paternalista en un grado inadmisible3 y que la intervención es demasiado exigente.4 Si bien todos los enfoques deontológicos deben tomarse en serio estas dificultades, considero que ni ellas ni las otras que analizo en mi libro, invalidan la afirmación de que tenemos el deber colectivo de investigar y, en última instancia, brindar ayuda humanitaria a gran escala a los animales salvajes.
La descripción anterior puede hacer pensar que WAE trata de la ética de la ayuda convencional en caso de catástrofe, por ejemplo, la ética de la asistencia a los animales tras incendios forestales o huracanes. Sin embargo, el tipo de ayuda que yo imagino va mucho más allá de lo convencional. Los ecosistemas estables y funcionales contienen cantidades enormes de sufrimiento, y los procesos naturales que provocan este sufrimiento no se deben dar por sentado. Las consideraciones relacionadas con la beneficencia apoyan claramente la intervención en esos procesos, siempre y cuando se realicen las investigaciones necesarias para que la intervención sea segura y efectiva.
Consideremos la principal fuente de sufrimiento de los animales salvajes: la estrategia r. A diferencia de los animales que emplean la estrategia K, es decir, que protegen sus genes teniendo pocas crías y dedicando gran cantidad de energía a cada una de ellas, los animales que emplean la estrategia r protegen sus genes teniendo muchas crías, pero dedicando poca energía a cada una de ellas.5 Si bien algunas de las crías de los estrategas r logran alcanzar la edad adulta y reproducirse, la mayoría muere durante la infancia. Además, las causas por las que mueren son terriblemente dolorosas: depredación, inanición, exposición a condiciones climáticas adversas, enfermedades, etc. Si consideramos que (a) la estrategia r es común entre muchos tipos de animales (como peces, lagartos, anfibios y mamíferos), que (b) los estrategas r tienen tasas de natalidad mucho más altas que los estrategas K, y que (c) la mayoría de los estrategas r mueren durante la infancia, se sigue que las vidas de las crías de los estrategas r son representativas de la vida salvaje. Dado que las vidas de las crías de los estrategas r son horribles, la vida de un animal salvaje típico también lo será.
Una de las características más llamativas del sufrimiento de los animales salvajes es la magnitud del problema. Para ver esto, comparemos el sufrimiento de los animales salvajes con la pobreza global y la agricultura animal. La pobreza global es un problema enorme. Para fines de 2021, se estima que una parte importante de la población humana mundial —entre 730,9 y 751,5 millones de personas—, vivirá con menos de 1,90 dólares por día.6 La agricultura animal es un problema aún mayor: es causa del sacrificio de al menos 70 mil millones de animales terrestres por año.7 El sufrimiento de los animales salvajes, sin embargo, es mucho más grave que cualquiera de estos problemas, dado que la vida típica de un animal salvaje es horrible y que la cantidad de animales salvajes es gigantesca. Según una estimación, la población mundial de vertebrados terrestres salvajes es de aproximadamente un billón:8 una cifra que tan solo representa a los vertebrados (salvajes, terrestres) vivos en un momento dado. Si incluyéramos en ese cálculo a las muchas crías de estrategas r que mueren al cabo de pocos años, o a las poblaciones mundiales de aves silvestres, invertebrados y vertebrados marinos, nuestra cifra sería mayor en muchos órdenes de magnitud.
A pesar de su enorme escala, el sufrimiento de los animales salvajes es una cuestión muy desatendida.b Esto puede parecer una afirmación extraña dado el considerable nivel de interés que despiertan cuestiones medioambientales como la protección de los ecosistemas naturales y el hábitat natural, pero la preocupación por el bienestar de los animales salvajes es algo diferente. Como hemos señalado, los daños naturogénicos son responsables de una cantidad de sufrimiento inmensa, y la vida de un animal salvaje típico es, en consecuencia, espantosa. De hecho, dado que algunos procesos naturales son bastante dañinos, preocuparnos por el bienestar de los animales salvajes nos obliga a intervenir en la naturaleza.
En el primer capítulo de mi libro, critico lo que llamo “la visión positiva de la naturaleza”. Este punto de vista —que la naturaleza es buena— comprende al menos dos afirmaciones: (a) que la vida de los animales salvajes tiende a ser una vida feliz, y (b) que la naturalidad es una propiedad valiosa. Ya he explicado por qué (a) es falsa, pero con respecto a (b) la situación es diferente. Se puede predicar la naturalidad de muchas cosas, por ejemplo, los productos de consumo, los espacios (áreas silvestres) y los motivos. Decir que la naturalidad es valiosa es decir que, en cierto sentido, nos ofrece cosas buenas. No obstante, es obvio que la naturalidad no es necesaria para que algo sea bueno. Después de todo, muchas cosas artificiales son buenas: las grandes obras de arte, la medicina sintética que salva vidas, etc. Tampoco es cierto que la naturalidad sea suficiente para que algo sea bueno. Muchas cosas naturales, como las enfermedades, el parasitismo, el hambre, etc., no son buenas. Si bien puede parecer que, en igualdad de condiciones, la naturalidad al menos aumenta el valor (es decir, que es fuente de valor intrínseco), presento un par de experimentos mentales que muestran lo contrario. Sostengo que el único tipo de valor que posee la naturalidad es extrínseco. Más específicamente, la naturalidad obtiene una especie de valor contrafáctico de nuestras limitaciones epistémicas: estados de cosas naturales son buenos en relación con estados de cosas no naturales producidos por intervenciones fallidas. Por supuesto, este tipo de valor depende de nuestro estado de conocimiento, y, por lo tanto, desaparece cuando sabemos lo suficiente como para intervenir de manera inteligente.
En los dos capítulos siguientes (capítulo 3 y capítulo 4), sostengo que tenemos el deber colectivo de investigar, y luego de proporcionar ayuda a gran escala a los animales salvajes. A diferencia de los deberes de cuidado, los deberes de beneficencia no dependen de la existencia de relaciones especiales. Si bien no debemos a los animales salvajes el mismo cuidado que debemos a los animales domésticos, eso no significa que no tengamos un deber colectivo de ayudarlos. Como es obvio, este deber está limitado de varias maneras: no debemos privar a los animales competentes de su libertad, ya que hacerlo es paternalista en un grado inadmisible, y cuando la intervención benéfica es muy costosa para quien interviene, entonces no es obligatoria. Dentro de estas limitaciones, sin embargo, queda un margen considerable para la beneficencia obligatoria. Dado que la mayoría de los estrategas r (y, por lo tanto, la mayoría de los animales salvajes individuales) carecen de la competencia necesaria para sobrevivir, la intervención coercitiva, de ser necesaria, está justificada en estos casos. Además, algunas intervenciones, como vacunar a los animales salvajes contra enfermedades en comederos o cebos,9 no implican ningún tipo de coerción. La intervención no debe ser particularmente costosa para nadie. La edición del genoma —una forma de intervención que defiendo en el libro— implicaría algunos costos iniciales de investigación, pero no requiere ningún tipo de mantenimiento. Tampoco esos costos deberían ser asumidos por una sola persona. La obligación de intervenir es colectiva y, por lo tanto, los costos de la intervención se sufragarían a través de impuestos o mediante algún otro mecanismo institucional.
Un tema importante con respecto a las intervenciones es si debemos evitar el daño ecológico y, en caso de ser así, con qué nivel de cuidado. De acuerdo con un cierto punto de vista, nuestro objetivo debería ser provocar daños ecológicos. Dado que el nivel total de bienestar en la naturaleza es (supuestamente) negativo, deberíamos evitar que los animales salvajes se reproduzcan destruyendo intencionalmente sus hábitats.10 De acuerdo con un punto de vista diferente, debemos ser extremadamente cuidadosos dado que nuestro conocimiento de los ecosistemas es demasiado limitado como para determinar con precisión qué daños podemos estar arriesgando o cuáles son sus probabilidades. Como respuesta, sostengo que incluso si asumimos que la mayoría de los descendientes de estrategas r viven vidas negativas en términos netos y que el nivel de bienestar en la naturaleza es, en consecuencia, negativo, desde una perspectiva deontológica jamás debemos destruir el hábitat intencionalmente. Después de todo, es inadmisible matar intencionalmente a animales que tienen vidas positivas en términos netos (la mayoría de los padres estrategas r) para evitar que nazcan futuros animales con vidas negativas (la mayoría de las crías de estrategas r). Pero también sostengo que no debemos dejar que nuestras limitaciones epistémicas nos lleven a la inacción en todos los casos. La posibilidad de que el daño ecológico no intencional tenga un resultado positivo en términos netos, particularmente si reduce las poblaciones de estrategas r, nos incentiva a ser menos reacios al riesgo. Sostengo además que no deberíamos preocuparnos demasiado por los riesgos impredecibles, ya que los daños causados involuntaria e imprevisiblemente son excusables en circunstancias en las que es necesario actuar para evitar que se produzcan muertes o un gran sufrimiento.
En el capítulo 5, analizo las ventajas de usar la edición del genoma para ayudar a los animales salvajes. Me centro en particular en una forma relativamente nueva de edición llamada CRISPR.11 CRISPR es mucho más barata que las formas anteriores de edición del genoma, y se puede utilizar para propagar rasgos beneficiosos en poblaciones silvestres mediante la “genética dirigida”, una técnica que puede aumentar la heredabilidad de un rasgo de modo que casi todos los descendientes de un organismo editado lo hereden. Dado que editar una población de esta manera requiere la liberación en la naturaleza de un número proporcionalmente pequeño de organismos editados, solo es necesario experimentar con una pequeña fracción de la población en cuestión u operar de otro modo sobre ella. Si bien los daños de la experimentación genética deben tomarse en serio, también se pueden mitigar incorporando una fase de desarrollo en la que solo los animales incapaces de sufrir participen en los experimentos iniciales.
En la última sección del capítulo 5, comparo una serie de objetivos para los que podría utilizarse la edición del genoma. Por un lado, es claro que un ecosistema ideal es aquel donde todos los animales tienen (o tienen la oportunidad de tener) vidas prósperas. Para lograr este ideal, es necesario que los padres dediquen una cantidad considerable de energía a cada una de sus crías, y que los animales no se maten unos a otros. La conclusión parece ser que debemos apuntar a modificar el comportamiento reproductivo y alimenticio de los animales. Por otro lado, reconozco que podría ser inviable lograr un cambio de comportamiento de una manera segura, o que ello podría ser factible y seguro solo en algunos ecosistemas. Teniendo en cuenta esta incertidumbre, sostengo que los analgésicos genéticos son una segunda opción que vale la pena investigar. Resulta especialmente interesante la posibilidad de reducir temporalmente la medida en que el dolor molesta a los estrategas r (atenuando la dimensión afectiva del dolor que experimentan) durante las primeras semanas de vida, que es el período en el que son más vulnerables y tienen más probabilidades de sufrir una muerte dolorosa.
En el capítulo final (capítulo 6), analizo una serie de cuestiones relativas a la defensa de los derechos de los animales. Dado que nuestra obligación colectiva de ayudar a los animales salvajes no se está cumpliendo actualmente, es necesaria esa defensa para lograr un cambio político y crear un programa de asistencia. Siguiendo a Peter Singer, sostengo que tenemos el deber personal de dedicar parte de nuestros recursos a causas relacionadas con la beneficencia,12 pero también creo que, desde una perspectiva deontológica, los deberes de beneficencia terminan cuando los costos de la beneficencia se vuelven significativos. Si bien ayudar a los demás a costa de un gran sacrificio para uno mismo es ciertamente loable, no es obligatorio.
Establecer que tenemos el deber personal de dedicar parte de nuestros recursos a la beneficencia no es suficiente para establecer que los recursos deban dedicarse a mitigar el sufrimiento de los animales salvajes, ya que hay otras causas que compiten con esta. A los defensores de los animales, en particular, podría preocuparles que dedicar recursos al sufrimiento de los animales salvajes desvíe recursos de las causas tradicionales de los derechos de los animales, como la agricultura animal. Sin embargo, sostengo que la tensión entre ocuparse del sufrimiento de los animales salvajes y ocuparse de las causas tradicionales es mucho más leve de lo que parece. Convencer a otros de que los animales sintientes son moralmente equivalentes a nosotros, y que debemos cambiar muchas de nuestras prácticas por respeto a la condición moral de los animales (por ejemplo, que deberíamos hacernos veganos), ayuda a fomentar creencias y actitudes que hacen que las personas sean mucho más propensas a preocuparse por el sufrimiento de los animales salvajes cuando se enfrenten a él. Como consecuencia de ello, el trabajo directo sobre las causas tradicionales a menudo se ocupa indirectamente del sufrimiento de los animales salvajes. Pero dado que el sufrimiento de los animales salvajes es un área extremadamente desatendida, creo que algunas personas deberían trabajar directamente en ella. Sin embargo, no deberían abogar por nada demasiado drástico en este momento; por ejemplo, probablemente no deberían abogar por la edición del genoma. Probablemente tendrán más éxito iniciativas como crear conciencia sobre la magnitud del sufrimiento de los animales salvajes y fomentar intervenciones conocidas y menos ambiciosas (como la vacunación en animales salvajes o la reducción de las poblaciones de parásitos). Tales esfuerzos también ayudan a crear las condiciones necesarias para que una defensa más ambiciosa sea eficaz en el futuro. Una vez que la mayoría de los seres humanos vean a los animales sintientes como nuestros iguales morales, se hayan vuelto veganos, sean conscientes de la magnitud del sufrimiento de los animales salvajes y acepten que tenemos el deber de intervenir, la mayoría de ellos también estarán a favor de intervenciones ambiciosas como suministrar analgésicos genéticos a las crías de los estrategas r.