500 millones, pero ni uno más
Nunca sabremos sus nombres.
La primera víctima no podría haber sido registrada, porque no había lenguaje escrito para dejar registro de ello. Eran la hija o el hijo de alguien, y el amigo o la amiga de alguien, y eran personas queridas por quienes las rodeaban. Y sufrían, cubiertas de sarpullidos, confusas, asustadas, sin saber por qué les ocurría esto ni qué podían hacer al respecto: víctimas de un dios loco e inhumano. No había nada que hacer: la humanidad no era lo suficientemente fuerte, lo suficientemente consciente, lo suficientemente conocedora como para luchar contra un monstruo que no se podía ver.
Fue en el Antiguo Egipto, donde atacó a esclavos y a faraones por igual. En Roma, diezmó ejércitos sin el menor esfuerzo. Mató en Siria. Mató en Moscú. En la India, cinco millones de muertos. Mató a mil europeos cada día durante todo el siglo XVIII. Mató a más de diez millones de indígenas de América. Desde la guerra del Peloponeso hasta la guerra de Secesión, mató a más soldados y civiles que cualquier arma, soldado o ejército. (Lo que no impidió que las almas más necias y vacías intentaran hacer uso de este demonio como armamento contra sus enemigos.)
Las culturas crecieron y declinaron, y el demonio perduró. Los imperios ascendieron y decayeron, y él prosperó. Las ideologías florecieron y menguaron, pero a él no le importó. Matar. Mutilar. Propagarse. Un dios antiguo y loco, oculto a la vista, contra el que no se podía luchar, al que no se podía hacer frente, al que ni siquiera se podía comprender. No era el único en su género, pero sí el más devastador.
Durante mucho tiempo, no hubo esperanza: solo la amarga y vacua resistencia de los sobrevivientes.
En China, en el siglo XV, la humanidad empezó a contraatacar.
Se observó que los sobrevivientes de la maldición del dios loco nunca volverían a ser tocados: habían absorbido una porción de ese poder y estaban así protegidos contra sus efectos. No solo eso, sino que este poder podía compartirse si se consumía un resto de las heridas. Había un precio, ya que no se podía tomar el poder del dios sin derrotarlo primero. Pero se trataba de una batalla menor, en condiciones fijadas por la humanidad.
En el siglo XVI, la técnica se extendió a la India, luego atravesó Asia, el Imperio Otomano y, en el siglo XVIII, Europa. En 1796, Edward Jenner descubrió una técnica más potente.
Una idea comenzó a cobrar fuerza: tal vez se podría acabar con el antiguo dios.
Un susurro se convirtió en una voz; una voz, en una llamada; una llamada, en un grito de guerra que recorrió pueblos, ciudades y naciones. La humanidad empezó a cooperar, extendiendo el poder protector por todo el planeta, enviando a maestros del oficio para proteger a poblaciones enteras. Personas que antes habían sido enemigos acérrimos se unieron en una causa común para librar esta batalla. Los gobiernos ordenaron a todos los ciudadanos que se protegieran, ya que dar una sola vida al antiguo enemigo pondría en peligro a millones de personas.
Y, centímetro a centímetro, la humanidad fue haciendo retroceder a su enemigo. Menos amigos lloraron; menos vecinos quedaron lisiados; menos padres debieron enterrar a sus hijos.
En los albores del siglo XX, por primera vez, la humanidad desterró al enemigo de regiones enteras del planeta. La humanidad vaciló muchas veces en sus esfuerzos, pero hubo personas que nunca se rindieron, que lucharon por el sueño de un mundo en el que ningún niño o ser querido volviera jamás a temer al demonio. Viktor Zhdanov, que hizo un llamamiento a la humanidad para que se uniera en un último esfuerzo contra el demonio; el gran táctico Karel Raška, que concibió una estrategia para aniquilar al enemigo; Donald Henderson, que dirigió los esfuerzos en aquellos últimos días.
El enemigo se debilitó. Los millones se convirtieron en miles, los miles en docenas. Y entonces, cuando el enemigo atacó, una multitud de seres humanos salió a desafiarlo, protegiendo a todos aquellos a los que podía poner en peligro.
El último ataque del enemigo en su hábitat natural lo sufrió Ali Maow Maalin, en 1977. Durante los meses siguientes, seres humanos entregados a la tarea barrieron los alrededores en busca de cualquier escondite en el que el enemigo, desesperadamente, pudiera refugiarse por última vez.
No encontraron ninguno.
Hace treinta y cinco años, el 9 de diciembre de 1979, la humanidad declaró la victoria.
Este mal, el horror más allá de la memoria, el monstruo que se llevó 500 millones de personas de este mundo, fue destruido.
Eres miembro de la especie que lo hizo. No olvides nunca de lo que somos capaces cuando nos unimos y declaramos la batalla a lo que está roto en el mundo.
Feliz día de la erradicación de la viruela.
Esta es una traducción directa del artículo original, publicado bajo licencia CC BY 4.0.